Dos miradas

Bedford Falls

Nuestra existencia tiene que ver con el vacío que nos engulliría sin la presencia de los que, felizmente, nos ayudaron a dar sentido a todo este despropósito

'¡Qué bello es vivir!', un clásico inevitable para cualquier Nochebuena.

'¡Qué bello es vivir!', un clásico inevitable para cualquier Nochebuena.

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Cada año, el 22 de diciembre, en el Cinema Truffaut de Girona pasan It’s a wonderful life, la película de Frank Capra en la que George Bailey (el inolvidable James Stewart), desesperado de la vida, decide lanzarse al río helado de Bedford Falls porque es la única solución plausible para la crisis que vive. Si muere, la familia cobrará el seguro y la empresa de crédito popular que tiene podrá sobrevivir. Esta es una película que antes daban mucho por televisión, pero ahora creo que hace tiempo que se dedican a tonterías modernas. Un grupo de amigos la veían cada año en su casa y decidieron compartir la tradición con todo aquel que quisiera ir, un 22 de diciembre, a llorar por los codos en la escena final. Contemplar la sala cuando las luces la iluminan después de los títulos de crédito es comprobar que la bondad emociona.

Clarence, el ángel torpe que debe salvar a Bailey del suicidio, utiliza un antídoto invencible. Le enseña cómo sería el mundo si Bailey no hubiera existido. Si Bailey no hubiera hecho pequeños pasos a favor de la bondad, nada ruidosos. Algunos heroicos, eso sí, pero la mayoría discretos, sin buscar ningún tipo de recompensa. El filme de Capra no nos enseña que vivir es bello, sino que lo es porque hay otros que lo habitan, porque nuestra existencia tiene que ver con el vacío que nos engulliría sin la presencia de los que, felizmente, nos ayudaron a dar sentido a todo este despropósito.