El papel de la capital de Catalunya

Barcelona, 'not for ever'

Tal vez la clave del éxito de la ciudad sea un diferencial de vitalidad que no se puede medir sino como mucho intuir

Vista de Barcelona tomada desde un helicóptero, en una imagen de archivo.

Vista de Barcelona tomada desde un helicóptero, en una imagen de archivo. / periodico

XAVIER BRU DE SALA

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Pocos son conscientes de la desproporción de Barcelona. Por la medida de su capital y la población, Catalunya sufre de macrocefalia como ningún otro país del mundo. Suecia tiene unos diez millones de habitantes y el área de Estocolmo solo ronda el millón. Las capitales de los países modélicos concentran como mucho un 10% de la población total. Podríamos considerar Holanda como una excepción, ya que concentra a la mitad de su población en una macroárea de siete millones de habitantes.

¿DEJARLA VOLAR O ENCORSETARLA?

El caso de la capital catalana es mucho más llamativo. Casi tres de cada cuatro catalanes viven en la gran Barcelona. ¿Alguien predijo el triunfo de esta conurbación? Más bien al contrario, si recordamos las teorías que, hasta no hace mucho, la comparaban con un Titanic que se hundía sin que la tripulación lo advirtiera. ¿Alguien sabe si el éxito durará mucho? El éxito no es nunca garantía de más éxito, pero es de temer que, sin esta fortaleza macrocéfala de Barcelona, Catalunya habría ingresado en la triste categoría de nación residual. ¿Algún estratega del catalanismo teorizó sobre la conveniencia de la macrocefalia? No. Ni los teóricos del nacionalismo, que preveían o temían una Catalunya decadente, ni los funcionarios-ideólogos de Madrid, que todavía no saben si para los intereses centralistas resulta peor dejar volar la ambición barcelonesa como en tiempos de dictadura o recortarla como en los últimos decenios democráticos.

LA TIRANTEZ CON MADRID

El gigantismo de Barcelona solo es comparable con el de Milán, y con reparos. Milán lidera una conurbación de unos siete millones de habitantes. Milán, siempre en términos de área, duplica la población de Roma porque acumula todas las capitalidades de Italia menos la política. Barcelona no habría crecido tanto sin el hinterland hispánico, sin duda, pero Madrid no la superaría por un millón y medio de habitantes si no se hubiera reservado todas las capitalidades en vez de repartirlas. Si, ya en democracia, Madrid no se hubiera apropiado de las que le quedaban a Barcelona, quizá no se habría acumulado tanta tirantez entre las dos ciudades.

El resultado, para quienes piensan culminar la estrategia a favor de Madrid con inventos tan curiosos como el corredor mediterráneo central, no acompaña al propósito de la empresa. Los clamorosos retrasos en las conexiones ferroviarias del puerto no impedirán que sea el primero del Mediterráneo occidental. De manera parecida, la postergación de El Prat a nivel regional solo ha conseguido retrasar, no impedir, los vuelos transoceánicos directos, que son consecuencia de la pertenencia de Barcelona al grupo de las cinco ciudades más visitadas de Europa. Tampoco las molestias cotidianas de los millones de usuarios de Rodalies les conducen a desistir de un optimismo colectivo de fondo, que no es incompatible con el malestar social. Por mucho que a ciertas élites les disguste,

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Se conocen teorías sobre la energía creativa de escritores y artistas, pero no sé de ninguna escala que mida la energía de las ciudades y los países. Vivimos, por culpa de los autodenominados científicos sociales, obsesionados por la inteligencia analítica. Pero, sin negar ningún mérito a los autores y colaboradores de los planes estratégicos, entre los cuales me he contado, es casi forzoso concluir, con una mirada retrospectiva, que tal vez la última clave del éxito barcelonés sea un diferencial de vitalidad que no se puede medir sino como mucho intuir, y con reservas. Los ladrillos ocultos de Barcelona, que son los que la sostienen, están hechos de materiales intangibles.

COMO UN PROYECTO DE EMPRESA

¿Qué caramba debe de ser un proyecto de ciudad?, se preguntaba un empresario de los más planificadores pero que, sin embargo, ha ampliado en diversas ocasiones su negocio a base de golpes de suerte por completo imprevistos. Pues un proyecto de ciudad es como un proyecto de empresa, de esas que funcionan muy bien pero no según lo planificado. Y quien quiera entenderlo sin ser empresario, que piense en la idea de proyecto de vida aplicada a la suya o mire a su entorno, a ver si conoce a alguien a quien le hayan ido medianamente bien las cosas a partir de un diseño previo de su camino vital. Planificar es imprescindible, pero hay que tener en cuenta que si el futuro inmediato suele ser coherente con el presente, el futuro lejano no es nunca como lo habíamos imaginado y previsto.

A corto plazo, pues, Barcelona no decaerá, la gobierne quien la gobierne y cómo la gobierne. Pero de las decisiones estratégicas sobre la relación con España, sobre el turismo y sobre el capitalismo competitivo global dependerá que prosiga el éxito o que empiece a perder energía.