La rueda

Bajo el síndrome de Sara Montiel

CARLES SANS

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No pude evitar oír la conversación del asiento de atrás del vagón en el que viajaba. Un matrimonio lamentaba la muerte deQuerejetay mostraba su sorpresa por la cantidad de personas del mundo del espectáculo que habían fallecido en los últimos meses, aunque lo justificaba por «la caña que se da la gente del espectáculo». Es sorprendente, pero todavía hay personas que creen que, por el hecho de ser actor, uno es un disoluto echado a perder. Conozco a mucha gente de mi gremio y la gran mayoría lleva una vida muy parecida a la de cualquier otra persona de cualquier otra profesión.

Hace unos días, cuando regresaba al hotel después de la función, el recepcionista me obsequió con una sonrisa mientras me decía: «Buenas noches. Usted siempre de retirada tan temprano…» Eran las diez y media de la noche y, como de costumbre, prefería cenar en la habitación. Al llegar al cuarto pensé en lo mucho que me habían cambiado los años. Hace más de 25 estaba junto a mis dos compañeros haciendo temporada en Madrid, y nos instalamos, casualmente, en los mismos apartamentos en los que estabaSara Montiel, que por aquellos días actuaba en un teatro de la capital. Éramos jóvenes llenos de energía y con ganas de devorar el Madrid de los 80. En una ocasión el recepcionista de aquel hotel nos reveló queSarano salía de su habitación más que para ir a trabajar, algo que nos impactó muchísimo y que nos dio pie a bromear entre nosotros, cuando alguno no quería salir, diciéndole con displicencia: «Estás con el síndrome deSara Montiel». Después de viajar más de 30 años por ciudades mil veces vistas, confieso haber contraído aquel síndrome que tanto nos había hecho reír. Ahora soy másMontielque nunca, así que si un día me muero, sobre todo, que nadie diga que es porque me he dado mucha caña.