El epílogo

No bajo mi mandato

ENRIC HERNÀNDEZ

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En la ceremonia de entrega del Premio Antonio Asensio, el galardonado,Ignacio Ramonet,vindicó el valor del «periodismo comprometido». Pero ¿comprometido con qué? «¡Con la verdad!», exclamarán los idealistas. Pero los hechos son tan poliédricos, es tan fácil deformarlos situando el foco aquí o allá, que a veces, a decir verdad, sospecho que la verdad ya no es lo que era.

«¡Comprometido con la democracia!», repondrán otros. Serán sin duda los mismos políticos que

exhiben la democracia como un trofeo de caza capturado en las urnas, persuadidos de que los electores les han conferido el privilegio de explotar el poder en régimen de monopolio durante cuatro años. Que los ciudadanos concurran a las urnas en mayor o menor medida ya no les incumbe; el ganador gobernaría igual aunque la mayoría se quedase en casa.

La única preocupación del candidato, por tanto, es no hacer ni decir nada que le reste votos o que se los dé a su oponente. La ideología y los principios, ahora más que nunca, son material biodegradable. Y si no, basta con desmenuzar el enredo que se ha organizado en torno a la candidatura de Ascó a acoger el almacén de residuos nucleares. Era sabido queJosé Montilla inició el proceso como ministro con la vista puesta en Ascó; también, que la presión de sus socios del tripartito le forzó, a regañadientes, a desechar tal opción; y, por supuesto, queArtur Masbendijo el plan de Ascó, gobernado por CiU, y luego se desdijo para evitar todo desgaste electoral. Y ahora descubrimos que, recién consultados por el Gobierno,Mas ha dado su apoyo a Ascó, si la decisión se toma antes de las elecciones, yMontillatambién, pero si el acuerdo se adopta después. En un refinado remedo del clásicono en mi patio trasero, ambos han respondido al unísono: hágase, pero no bajo mi mandato.

Desafección a la verdad

En lugar de tanto lamentar la desafección social hacia la política y de querer endosar las culpas al mensajero, más les valdría a los políticos tener mayor afecto hacia la verdad y hablar a los ciudadanos a los ojos, diciéndoles lo que piensan y no lo que creen que quieren oír.