Puigdemont: honor u horror

La ola de detenciones ha ahorrado al electorado republicano el trabajo de castigar en las urnas a los líderes del 'procés'

Carles Puigdemont y Toni Comín, este jueves, a su llegada a la manifestación convocada por la ANC y Òmnium en Bruselas.

Carles Puigdemont y Toni Comín, este jueves, a su llegada a la manifestación convocada por la ANC y Òmnium en Bruselas. / periodico

Xavier Bru de Sala

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Cada día que pasa aumentan los convencidos de que la combinación del 155 y el juez Llarena salvaron a la mayoría independentista. La ola de detenciones y el traslado de medio govern a Bruselas ha ahorrado al electorado republicano el trabajo de castigar en las urnas a los líderes del 'procés'. A pesar del apoyo acrítico de los intelectuales y referentes mediáticos al sanedrín de Puigdemont, una parte de los esforzados manifestantes de los 11-S y votantes del 1-O concluyeron por su cuenta que sus decisiones habían sido temerarias. Otra parte los tachó a continuación de cobardes, por no haber defendido la República ni un solo minuto. Resultado: prisión, exilio, heridas sociales de mucha consideración y un Govern, el próximo, bajo sospecha permanente, severamente vigilado, y económicamente maniatado. El 21-D, muchos votaron contra la independencia y muchos más contra el 155 y la represión. Así que, de mandatos para no rectificar, bastantes menos de lo dicho. Quizás quienes han descabezado el 'procés' no estarían tan orgullosos de su obra si tuvieran en cuenta que han facilitado lo que desde las propias filas del independentismo se califica, no sin convicción, como carrera de relevos.

El nombramiento de Roger Torrent como president del Parlament indica que no se necesitan más tribunales para pasar página. La directiva independentista debe ser renovada. Si no se cometen errores de principiante obtuso, en el próximo Govern no habrá imputados, sino caras nuevas, y ya veremos si accede a él algún militante del PDECat, partido apestado por CDC y arrinconado por la maniobra de la lista del 'president'. Precisamente el éxito inesperado e incuestionable de esta lista, es el principal si no el único impedimento para investir un nuevo presidente o presidenta. (Sin razón aparente, Elsa Artadi abandonó el PDECat para incorporarse a JuntsxCat.)

Si no fuera porque tiene pendiente la aprobación de los presupuestos, que dependen del PNV, a Rajoy quizás le interesaría volver a engañar a Puigdemont con falsas expectativas. Ya lo ha hecho dos veces, primero con Donald Tusk y la milonga de la mediación y luego a través de Urkullu, que facilitó a Rajoy la aplicación del 155 a partir de una negociación ofrecida para que fracasara. En vez de declararse escaldado por partida doble, Puigdemont aún pide garantías. A nadie le conviene que vuelva, empezando por él mismo. Son del todo preferibles la estabilidad, el enquistamiento del proceso y la distensión unilateral, defendida en estas páginas al día siguiente del 21-D, a una movilización espasmódica y agónica forzada por un retorno extemporáneo.

Se trata pues de encontrar una fórmula para salvar el escollo Puigdemont y de paso salvarle a él como vencedor del campo vencedor en las elecciones. Una fórmula que pase por la votación pero no por la investidura, que pase por una restitución simbólica pero no por la repetición de elecciones. Es difícil de encontrar, pero esta vez existen menos discrepancias entre la mayoría en el Parlament. Y cuentan, además, con la inestimable colaboración, por coincidencia de intereses, de Rajoy.