MIRADOR

Corrupción.cat: dos diferencias

El juicio del Palau pesa tanto o más en el ánimo de los soberanistas que el juicio del 9-N

Fèlix Millet y Jordi Montull, en segundo plano, en la primera sesión del juicio por el saqueo del Palau de la Música, ayer en la Ciutat de la Justícia.

Fèlix Millet y Jordi Montull, en segundo plano, en la primera sesión del juicio por el saqueo del Palau de la Música, ayer en la Ciutat de la Justícia.

XAVIER BRU DE SALA

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Tanto el lector soberanista como el que no lo es coinciden a la hora de escandalizarse por la corrupción catalana, protagonizada sobre todo por personalidades muy significativas de las élites políticas del catalanismo y directivos de empresas. Aquí se robaba hasta el límite de lo permitido o propiciado por el sistema. Se robaba mientras se exhibía una supuesta superioridad moral, nunca demostrada, que proviene de las raíces regeneracionistas del catalanismo y florecía de nuevo después de la negra noche corrupta del franquismo, cuando menos según el discurso pujolista.

He aquí la primera diferencia entre la corrupción catalana y la hispánica, que no es de hechos, sino de cobertura de los hechos. Que se sepa, ninguno de los corruptos de Madrid, Sevilla o Valencia, las otras tres capitales del alcantarillado, ha destacado nunca por su presunción de honradez. En cambio, aquí se predicaba la severa ética protestante mientras se tenía y mantenía en secreto la mano en la caja.

Peor todavía, en secreto para muchos, pero no para o docenas o algún centenar de miles de ciudadanos que sabían de que iba pero se mantenían en la ignorancia voluntaria. La diferencia se llama hipocresía, una dosis monumental de fariseísmo. Por eso tantos catalanistas lloraron cuando Jordi Pujol, el grande predicador del calvinismo en versión mediterránea, confesó su doble moral.

La segunda diferencia no está en los tribunales ni en la persecución selectiva de la corrupción según las inclinaciones políticas, que a menudo deja en paz a los adeptos para ensañarse en los desafectos. Por una u otra razón, siempre hay quien escapa al brazo de la justicia, pero no por ello son menos culpables los trincados. La segunda diferencia es el deseo social de baldeo. No de liberarse de la corrupción, que es propio de ilusos, pero sí de disponer de un entramado legislativo e institucional que la dificulte tanto como en los países más avanzados.

Este deseo de cambio, no de disculpar sino de salir de una vez de la podredumbre, ha comportado el final, por inmolación, del principal partido de Catalunya durante el periodo de comodidad autonómica. Mientras el PP, que es el gran motor de la corrupción en España, se hace la víctima y gana elecciones, e interviene a gran escala en la fiscalía con total impunidad, CDC desaparece del mapa a partir de un reconocimiento de culpa, más implícito que explícito, pero evidente. Esta diferencia se denominas presión social, y viene de abajo, no de arriba.

Más aún, a pesar del cambio de siglas y de líderes, a pesar de que los nuevos dirigentes han procurado establecer un cordón sanitario con las cloacas del pasado y no son percibidos como corruptos ni como hijos políticos de los corruptos, el PDECat sufre en las urnas un castigo muy severo.

Por provenir de la corrupción, no por corrupto él mismo, Artur Mas saltó de la presidencia aunque fuera muy bien valorado como líder por los soberanistas. Por eso mismo tiene tan difícil la vuelta, porque el juicio del Palau pesa tanto o más en el ánimo de los soberanistas que el juicio por haber puesto las urnas.