Sobre imposiciones lingüísticas

El lado perverso de la lengua

Hablamos castellano porque en un momento de la historia sus defensores acallaron el árabe o el hebreo

zentauroepp37527137 fachada de la real academia espa ola foto rae180710165139

zentauroepp37527137 fachada de la real academia espa ola foto rae180710165139 / .37527137

Reyes Mate

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

¿Es el castellano una lengua de imposición como dijo la 'consellera' de Cultura, Laura Borràs? Desde luego. Y no solo en Vic sino también en Venta de Baños. Claro que hay que añadir enseguida “como todas las lenguas que hablamos”. Todas son lenguas impuestas, también el catalán.

Un buen día preguntaron al filósofo francés, Jacques Derrida, que cuál era su lengua propia. No lo tenía fácil, él, un judío nacido en Argelia, a la sazón colonia francesa. Su lengua maternal debería haber ido el hebreo, que los padres habían olvidado; su lengua natural, el árabe, pero Francia había decretado que en Argelia era una lengua extranjera. Es verdad que hablaba francés desde pequeño pero con un acentillo que le delataba como un extraño. Concluyó que no tenía lengua propia. La lengua que hablamos no es nuestra porque nos precede y se nos impone.

Lo genial de su respuesta, recogida en un libro memorable, es que su caso no era una excepción sino la regla. Las lenguas que hablamos son el resultado de un proceso histórico violento. El caso del castellano es ejemplar. Hablamos esta lengua porque en un momento sus defensores consiguieron acallar el árabe o el hebreo. Si uno cierra los ojos frente a las murallas de Ávila puede escuchar los ecos mudéjares o ladinos que vienen de un pasado en el que esa ciudad estaba habitada por españoles judíos y moriscos. La expulsión silenció sus lenguas. Pero sin necesidad de ir tan lejos, bastaría pasearse por el Call de Girona y escuchar los lamentos en otras lenguas silenciadas que vienen del pasado.

Cultura y poder

Las lenguas acompañan a los imperios. Sería pues fácil explicar el dominio de las lenguas en clave colonial diciendo que el dominador impone sus gustos y también su lengua. Pero Derrida no piensa que eso explique todo. El problema no está en la domesticación de la lengua, proclive a servir al amo, sino en el gusto de la cultura por el poder. Como dice Walter Benjamin “no hay un solo documento de cultura que no lo sea también de barbarie”. El precio de las pirámides de Egipto fue el sufrimiento de muchos pueblos esclavizados.

No hay ninguna razón de orgullo en hablar las lenguas que hablamos porque no son nuestras en el sentido de que seamos sus propietarios. Esas lenguas fueron de otros y nosotros las hospedamos.

Las lenguas están de paso y se pervierten, sacando su aspecto más brutal, cuando se consideran con mando en plaza. Entonces se imponen incondicionalmente a los hablantes, mientras se presentan ante la historia como la lengua natural de ese lugar. Lo que, por el contrario, humaniza las lenguas es el reconocimiento de las lenguas violentamente silenciadas pero que están anónimamente presentes en la lengua que hablamos. Si en el castellano hay un cuarto de palabras de origen arábigo, Cervantes tenía razón cuando decía que 'El Quijote' todo se lo debía al árabe, lengua entonces ya proscrita. Está bien que la 'consellera' prefiera el 'pluri' al bilingüismo, pero para cuidar la lengua que habla y evitar los errores que denuncia, convendría tomar conciencia de los silencios provocados y educar en su escucha. Así la lengua dejaría de ser un arma arrojadiza.