Muestra fotográfica

Ojos que hablan

En el Visa pour l'Image de Perpinyà me han atrapado las miradas de niños, de madres, de padres, de soldados y de pueblos enteros

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Núria Iceta

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Estos días el Visa pour l’Image muestra en Perpinyà Visa pour l’Image lo mejor del fotoperiodismo mundial en diversos espacios expositivos de la ciudad. Una multitud de ojos que hablan desde las fotografías mientras los nuestros se anegan de lágrimas.

El profundo respeto que me inspiran fotógrafos y fotografiados me exige reflexión. Los he conocido fugazmente, a través de sus ojos, y de los míos. Después de tantas fotos, de tantos lugares de todo el mundo, se abren mil interrogantes, sobre nosotros, sobre este mundo que hemos construido, también sobre la profesión misma.

Me han atrapado las miradas de niños, de madres, de padres, de soldados, de pueblos enteros que podrían hacer solo una pregunta, la que dibuja Carme Solé Vendrell sobre lienzos blancos: 'Why?'(¿Por qué?) Sobre todo los niños, presentes con una fuerza poderosa en la mayoría de exposiciones. Demasiados niños que lloran; niños que han salvado a sus madres en Colombia, porque con ellos por fin pueden construir lazos familiares; niños que disfrutan del único poder ingobernable de la fantasía, que permite soñar y jugar, la determinación de la adolescente yemení que lidera un gobierno paralelo para resolver sus problemas en medio de la guerra y que se llama Amat.

Me he reconocido en el reflejo de personas de diversas religiones que me transportan a escenas como la Piedad, la Sagrada Familia en el pesebre, Jesús orando en el monte de los olivos, un Cristo en la cruz, representaciones icónicas del amor y el dolor. Se me va la cabeza a Londres, y en los ojos aún me quema el fuego de la videoinstalación de Bill Viola en la Catedral de San Pablo sobre María (y con ella todas las madres) y sobre los mártires modernos. Las mismas miradas, otras guerras, otros mundos, pero la misma urgencia de no cerrar los ojos a un arte que azota conciencias. Vuelvo al convento de los Mínimos de Perpinyà. Salgo afuera y unos niños que apenas levantan un palmo del suelo corren y juegan sobre unas planchas metálicas. El silencio estremecedor con que la gente recorría las salas y el eco de las preguntas sin respuesta se imponen.