La voz de la experiencia

La juventud está sobrevalorada

La admirable lucidez de la socióloga Marina Subirats y la modernidad y sensatez del teólogo Josep Gil son dos brillantes ejemplos de sabiduría acumulada

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Núria Iceta

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Coincidí hace unos días con la socióloga Marina Subirats, a propósito del festival de encuentros que propicia Sant Jordi. Admiro su sapiencia, determinación y carácter desde que la conocí en el 2011, cuando preparábamos en 'L'Avenç' la edición de un libro suyo sobre Barcelona. En los últimos meses está aplicando su conocimiento sobre la sociedad catalana en numerosos artículos en la prensa con admirable lucidez y sin dejarse arrastrar por la emotividad que a veces nos domina y contamina.

Aproveché la ocasión para decirle en persona la idea que había vertido hacía unos días a través de Twitter: "Si se cambia la ley de la presidencia de la Generalitat yo quiero que permita ser presidente a no diputados y así te hacemos a ti". Rió (ya os digo que tiene buen carácter) pero dijo que ni pensarlo (ya os digo que es una persona con determinación). "A los 75 años yo ya no tengo edad". Pues ya es mala pata. "La juventud está sobrevalorada" exclamaba la escritora Ada Castells, presente en la conversación. Resulta que cuanta más experiencia tienes y más sabiduría has acumulado, y si tienes la suerte de no haber perdido la cabeza, también sabes, como ella, que ya no tienes la capacidad física de afrontar según qué responsabilidades.

Tiene gracia porque en las últimas semanas también había tenido la oportunidad de escuchar en dos ocasiones al teólogo tarraconense Josep Gil. Es un lugar común entre la progresía eclesial catalana decir que hay más "juventud" entre el clero mayor que entre buena parte de los jóvenes sacerdotes. Si esto es cierto, mosén Gil es su principal exponente. A sus 90 años, y con grandes dotes de sentido del humor, es capaz de tumbar a cualquiera con la modernidad y sensatez de su discurso. Entiendo que habiendo visto y leído de todo es capaz de ir a lo esencial de las cosas y no perderse en florituras que no hacen más que dejar gente por el camino. Su radicalidad es la de ir a la raíz a las cosas. Desde la conciencia de finitud asumida y de una profunda humanidad, a menudo resulta el más antiguo pero más moderno de todos los que le rodean. Qué lección de vida.