Al contrataque

Intelectualmente deshonestos

En la adolescencia, cuando se me empezó a permitir estar presente en las cenas de adultos, descubrí que a veces, para no decir "mentiroso", mi madre decía "intelectualmente deshonesto"

Pablo Casado en el Congreso de los Diputados

Pablo Casado en el Congreso de los Diputados / periodico

Milena

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En casa había dos cosas que se consideraban inaceptables, una era la impuntualidad y la otra, más grave si cabe, la mentira. En aquella época remota, que le llamaran a uno mentiroso, en casa o en la escuela, era el peor de los insultos, el más ultrajante y terrible, el que provocaba las respuestas más airadas y violentas (sobre todo si no había ningún adulto mirando), en mi caso: bofetones, escupitajos y mordiscos (yo no daba patadas ni puñetazos, eso era cosa de chicos, yo era una chica y jamás me hubiese rebajado a pelear como uno de esos brutos de rodillas despellejadas y ennegrecidas).

En la adolescencia, cuando se me empezó a permitir estar presente en las cenas de adultos, descubrí que a veces, para no decir “mentiroso”, mi madre decía “intelectualmente deshonesto”. Los intelectualmente deshonestos de las veladas en casa eran personas a menudo muy inteligentes pero que utilizaban esa inteligencia para manipular la realidad y hacer que se adaptase a su pétrea ideología, a sus teorías o a sus deseos. Era inútil discutir con ellos, su inteligencia era justificativa, nunca expansiva, nunca rectificaban, sus propios pensamientos (por muy antiguos que fueran o desfasados que estuviesen) eran dogma para ellos. Hubiesen preferido morir antes de reconocer que  alguno de sus escritos les faltaba o les sobraba una coma (ideológica). En otras palabras: hacían trampa, tal vez no mentían del todo, pero sus razonamientos estaban maleados y eran fruto de la ofuscación o del interés personal.

De todo esto hace ya mucho tiempo. A veces intento imaginarme a mi padre delante del televisor escuchando hablar a los políticos y a los tertulianos de la actualidad, casi todos ellos (hay honrosas excepciones, claro) con su agenda secreta (o la de su periódico) escrita con letras enormes en la frente.

Yo votaría a Sánchez si hubiese salido diciendo: “El plagio es algo inaceptable, repugnante y que te define de manera indeleble como persona, no puedo ni quiero tener a alguien así en mi gabinete, por eso ha dimitido la señora Montón”.

Yo votaría a Rivera si hubiese salido diciendo: “Me equivoqué, la tesis de Sánchez es de una mediocridad descorazonadora pero no es un plagio, todo parece indicar que el autor de esa birria de texto es el propio presidente del Gobierno”

Yo votaría a Casado (bueno, no) si hubiese salido diciendo: “Miren, me regalaron el máster, en su momento ni lo pensé, pero así es y aunque resulte verdaderamente indecente, puesto que en el congreso de julio los electores del PP me eligieron a sabiendas de mis circunstancias, no seré yo el que les contradiga, me doy por validado.”

Menos mal que todavía falta mucho tiempo para las elecciones. ¿No?