Al contrataque

Caballé y los enanitos

Creo que con Montserrat Caballé se ha enterrado también una cierta idea de la ciudad. En un época lejana, nos gustó ser de Barcelona. Ahora solo nos gusta vivir aquí. No sé si algún político será capaz de remediar eso

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Milena Busquets

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Hemos vivido un enorme ejercicio de nostalgia en torno al fallecimiento de la maravillosa Montserrat Caballé. Un gran evento social también, todos los funerales importantes lo son, y la ocasión para nuestros políticos -que no se puede decir que sean las personas más cultas del mundo- de llegar con caras compungidas al evento.

En algunos momentos la escena me recordaba el final de 'Blancanieves' cuando los siete enanitos desolados rodean su féretro antes de la llegada del príncipe; pero necesitamos gigantes. Aunque la presencia de tantísimos representantes públicos no es de extrañar ya que Montserrat Caballé era un mirlo blanco para ellos: una artista extraordinaria que no se había situado en ningún bando de la cuestión nacionalista, que ni siquiera había dicho “me importa un pito, dejadnos en paz” que es lo que últimamente tenemos ganas de decir muchos catalanes.

A mí tal vez me hubiese gustado más otro tipo de homenaje. Recuerdo la emoción al llegar un atardecer a Nueva York y ver el Empire State iluminado de azul, el color de los ojos de Frank Sinatra (seguramente el mejor cantante de todos los tiempos junto a Elvis Presley) que acababa de morir. Hubiese sido bonito que, por ejemplo, durante dos días, en el metro de Barcelona solo hubiesen sonado arias y canciones interpretadas por Montserrat Caballé.

He recordado, a raíz de su muerte, la ola de felicidad que invadió la ciudad cuando nos otorgaron los Juegos Olímpicos del 92. Yo estaba en clase, la noticia corrió como la pólvora (no sé cómo, por aquel entonces no había móviles y jamás se nos hubiese ocurrido llevar una radio a clase, en el Liceo Francés de aquella época no era recomendable hacer demasiadas tonterías, solo se reconocía el talento y la obediencia, por ese orden) y todos nos pusimos a gritar y a lanzar papeles por la ventana sin que por una vez nos castigasen.

También he recordado a la Caballé junto a Freddie Mercury cantando 'Barcelona' acompañados de un enorme coro delante de las fuentes de Montjuic. Y la sensación de que éramos afortunadísimos por vivir en una pequeña y hermosa ciudad a orillas del Mediterráneo, pacífica y creativa, burguesa y canalla, soleada, un poco perezosa y lánguida.

Creo que no me ciega la nostalgia, ese territorio tan peligroso para un escritor (y para cualquiera), un terreno falsamente fértil y generoso cuyos frutos suelen resultar insípidos, adocenados y excesivamente dulces. Hay que ser cruel con su pasado, enfrentarse a él espadas en alto.  

Creo que con Montserrat Caballé se ha enterrado también una cierta idea de la ciudad. En un época lejana, nos gustó ser de Barcelona. Ahora solo nos gusta vivir aquí. No sé si algún político será capaz de remediar eso.