LA RECUPERACIÓN ECONÓMICA

¿Suficiente éxito exportador?

Los efectos del pasado pesan como una losa sobre nuestro presente, y, en particular, nuestro futuro

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Josep Oliver Alonso

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Que la economía va bien nadie lo duda: unos dos millones de empleos en la recuperación, superación del PIB de 2007 el pasado año, perspectivas de la Comisión Europea y del FMI para 2018-19 francamente favorables, aumento del consumo familiar, recuperación inmobiliaria, crecimiento de la producción industrial… Incluso los riesgos de la crisis catalana se han desvanecido, al menos hasta hoy.

Buena parte de la mejora es la del saldo exterior. De cumplirse las previsiones para el 2018, este será el quinto ejercicio consecutivo de superávit con el resto del mundo, algo jamás visto: únicamente en breves períodos (1971-73, 1983-84 y 1995-97) se había conseguido pagar menos de lo que ingresábamos.

Visto en perspectiva, que España haya pasado de un déficit con el resto del mundo equivalente al 10% del PIB en el 2007 a un superávit medio 2014-18 del 2% parece insólito. En particular, si se tiene en cuenta que se ha conseguido sin devaluaciones y con un crecimiento relevante de la demanda interna, a diferencia del pasado que solo equilibraba la balanza exterior por hundimiento de la demanda interna.

Un desequilibrio muy relevante

Es importante evaluar la posibilidad que estos superávits continúen los próximos años, porque permitirían hacer frente a uno de los desequilibrios más relevantes de nuestra economía, que nos hace particularmente frágiles. Me refiero a la deuda externa neta (la acumulación en el tiempo de los saldos exteriores del país) que es donde aprieta el zapato: su volumen alcanza un billón (con be de Barcelona) de euros. Este endeudamiento, del orden del 90% del PIB, supera muy largamente el 35% que se considera razonable, y que nos alejaría de los riesgos que la desconfianza puede generar en los mercados financieros. Eso es lo que sucedió en la crisis del bienio 2011-12. Por ello, la pregunta acerca del carácter, estructural o no, de la mejora en nuestro saldo exterior no es académica.

Sucintamente, existen dos visiones contrapuestas sobre su previsible futuro. La optimista afirma que se ha operado un cambio estructural en nuestra capacidad competitiva, que afecta tanto a exportaciones como importaciones. Así, se postula que el máximo histórico alcanzado por las ventas internacionales de bienes y servicios, cercano al 34% del PIB, está aquí para quedarse y lo mismo sucedería con las ganancias en el mercado mundial (ahora en el entorno del 1,8% del total global exportado, algo por encima del 1,6% del PIB que aporta España). ¿Razones para este optimismo? Las hay: hemos ganado mercados en ámbitos no europeos, diversificado productos y ampliado el censo exportador, hasta más de 55.000 empresas frente a las 35.000 anteriores. Estas cifras son incontrovertibles. Y, por ello, al césar lo que es del césar: ese esfuerzo exportador, en particular en mercancías, tiene un carácter que apunta a su permanencia.

El riesgo del déficit energético

Esta positiva visión de la mejora exportadora no es incompatible con echar agua al vino del optimismo que genera. ¿Por qué? Porque en la balanza exterior hay bastante más que exportaciones de mercancías y servicios. En el ámbito de la balanza de bienes, no está nada claro que las importaciones de bienes no se recuperen, con el consiguiente empeoramiento del saldo de bienes, cuando repunte la inversión empresarial en maquinaria, material de transporte y otros activos fijos. Además, el déficit energético comenzará a aumentar si el precio del petróleo continúa su ascenso hacia los 90 dólares/barril.

Igualmente, el incremento en el superávit de la balanza de servicios, fundamentalmente los turísticos, se va a ver negativamente afectado por la recuperación de los mercados de Túnez, Egipto y Turquía, de cuyo hundimiento estos últimos años nos hemos beneficiado. Finalmente, el déficit de la balanza de rentas (la que registra ingresos y pagos de intereses y transferencias) deberá ampliarse a medida que los tipos de interés asciendan.

Una estimación de las razones de la transformación del saldo exterior (desde el -10% del PIB en 2007 al +2% de hoy) apuntaría a que, en el mejor de los casos, los elementos transitorios pueden explicar dos terceras partes de su cambio. Si a ello le añaden el potencial empeoramiento de la balanza de bienes a medida que la inversión empresarial se recupere, el horizonte es menos brillante de lo que hoy parece.

¿Éxito exportador? Sin duda. ¿Suficiente? De ninguna manera. Los efectos del pasado pesan como una losa sobre nuestro presente, y, en particular, nuestro futuro. Lo hecho está más que bien. Lastimosamente, ni es suficiente ni es evidente que pueda mantenerse.