MIRADOR

Terror

La muerte en el paisaje cotidiano y el susto en el cuerpo camino del trabajo. Ese es el auténtico miedo

Un pájaro sobrevuela unas velas electrónicas en homenaje a las víctimas del atentado de Londres.

Un pájaro sobrevuela unas velas electrónicas en homenaje a las víctimas del atentado de Londres. / periodico

JOSEP MARIA POU

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El miedo se convierte en terror cuando llega a lo más íntimo. Hay un miedo a distancia, sin alarma, ante el que, por desgracia, nos hemos insensibilizado poco a poco. Es el miedo de telediario, el del atentado sistemático, el de los muertos lejanos y sin nombre, el del espacio desconocido. Hay otro miedo mucho más presente, el del atentado cuyas víctimas tienen relación con el entorno cercano; el que produce asistir, pudorosos, al vaciado de las lágrimas amigas; el del pésame con apellidos que figuran en la agenda. Hay, por último, un miedo de mala catadura, un miedo que es terror desde el minuto uno, porque es el miedo en el que nos visualizamos, en el que nos reconocemos como en un espejo, en el que el recuerdo estalla como un fogonazo y en el que tiempo y espacio se congregan en fecha y lugar concretos: yo estuve allí, crucé esa acera a la misma hora, pudo pasarme a mí.

Me ocurrió en la misma tarde del miércoles, apenas vistas las primeras imágenes del atentado de Londres. Me ví en ese lugar, en esa misma acera, en el mismo lado del puente, a esa misma hora. Y no una, sino cientos de veces. Solo y acompañado. A paso lento, volviendo del viaje en la noria, o al trote, sin aliento, por no llegar tarde al teatro, justo enfrente, en la otra orilla. Busqué en mi despacho el 'pendrive' con los recuerdos del último viaje. Y allí estaba la enésima, inevitable, foto del Big Ben, hecha a la distancia adecuada, un pie en la acera y el otro en la calzada, buscando en cuclillas el ángulo preciso, si no en el lugar exacto, sí, al menos, en el mismo trayecto del vehículo asesino.  

No pretendo ser el único. Fueron millones los que sintieron lo mismo que yo. Y lo mismo cuando las Torres Gemelas en Nueva York, los andenes de cercanías de Atocha, el mercadillo navideño de Berlin, o aquel café de la plaza Taksim en Estambul, donde el 'apple tea', el narguile y el canto del almuecín.

La muerte en el paisaje cotidiano y el susto en el cuerpo camino del trabajo. Ese es el auténtico terror.

¡Uffff!