Series de televisión

Bendito Benedict

Lo que hace Benedict Cumberbatch en 'Patrick Melrose', sobre todo en el capítulo primero, deberia guardarse en el Sancta Sanctorum de todas las escuelas de arte dramático y exponerse a diario bajo palio

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Josep Maria Pou

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La calma chicha del verano que se acaba y la inanidad de la oferta cinematográfica de ese período me han llevado a disponer de más horas de las habituales para ver series de televisión. Afirmo que soy espectador impaciente y que tengo muy mala relación con las series que se extienden en varias temporadas. Siento que me esclavizan, que me exigen un extraño plus de sumisión, como si hubiera firmado con ellas un mefistofélico contrato. Me siento culpable si abandono antes de su final natural y, muchas veces, llego al último capítulo más por obligación que por devoción. Por eso me entusiasma el formato al que tienden últimamente muchos de esos productos: el de las miniseries de entre tres y cinco (ocho, como máximo) episodios.

He disfrutado mucho con esas mínimas joyas. Y quiero recomendarles una que me ha llevado al éxtasis y que empieza a emitirse en canales de pago la próxima semana: 'Patrick Melrose', que es el nombre de la serie y, a la vez, el de su protagonista. Historia nada fácil, advierto. Al contrario, dura, descarnada, incómoda, de las que duelen en el alma a cada giro de guión. Pero también frágil, delicada, emotiva, de las de nudo en la garganta y estremecimiento en la columna. Y, triple mérito, con humor, con mucho humor y chutes masivos de cinismo. De una calidad superlativa.

Lo que parecía imposible, traducir en imágenes las tres novelas de Edward St. Aubyn (publicadas en castellano por Mondadori en 2013, en un solo tomo titulado 'El Padre'), lo ha conseguido un equipo de iluminados liderado desde el origen por el actor Benedict Cumberbatch, cuyo enrevesado nombre quiero pronunciar, a partir de ahora, con fervor y reverencia.

Permítanme ponerme de rodillas ante su trabajo. Lo que hace ese actor, sobre todo en el capítulo primero, deberia guardarse en el Sancta Sanctorum de todas las escuelas de arte dramático y exponerse a diario bajo palio. No exagero. Vean los cinco capítulos de la  serie. Y luego cuélguense, en bucle, del capítulo primero. Una vez. Y otra. Y otra. Y otra.