IDEAS

El juglar y el bufón

JOSEP MARIA POU

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Llueve a mares en Cataluña y parece que, por contagio, las noticias llegan también en forma de chaparrón. Porque no me dirán que no ha sido tromba de agua la noticia del Nobel a Dylan. Goterones como escarpias o sirimiri placentero, agua limpia o barro estomagante, según la alegría o indignación de unos y otros.

Pasada la sorpresa inicial, me uno a los que aplauden la decisión del jurado de Suecia. Dylan es un poeta y sus canciones poemas en voz alta. Poca voz, hay que decirlo. Y a ratos, insufrible. Al menos para mi. Resonancias nasales. Agreste. Aflautado. Y me callo aquí, antes de que sus incondicionales me liquiden a tuitazos. Pero aplaudo y suscribo al completo la leyenda que acompaña el premio: "por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción".

Aunque yo hubiera premiado a Leonard Cohen, que quieren que les diga. Con la misma leyenda y el mismo merecimiento. Pero con el añadido de una voz (escasa también, no lo niego) modulada con maestría. Dylan canta alto y al viento, para que el viento lo multiplique. Cohen canta bajito y al oído, para hacer mella en tus adentros. Geniales los dos -el uno canta como si luchara, el otro como si rezara-, Cohen me emociona mucho más que Dylan. Y si la literatura es emoción, Cohen es, también, poeta de Nobel.

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Celebrando el Nobel de Dylan, celebro a los premiados que nunca fueron. Celebro a Brasssens, a Prévert, a Brel. Celebro a Lou Reed. Y celebro, como no, a Serrat, Sabina y Aute, a los que premio yo mismo en la ceremonia más íntima de mis poetas cantores.

La lluvia caída estos días lloraba, además, por Darío Fo. Otro Nobel discutido, al que muchos negaron el pan y la sal. Dueño del tiempo teatral, farandulero libre y con aguijón, como Dylan, Dario Fo ha escogido irse en el momento justo. Juglar y bufón se han encontrado, se han reconocido, se han fundido en un abrazo, han mirado a su alrededor y han estallado en carcajadas. Y Dario, reivindicado, ha hecho mutis por el foro.