Actuar a primera vista

JOSEP MARIA POU

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Ya me dispensarán ustedes, pero sigo monotemático. Es decir, que sigo fiel al asunto de los móviles en el teatro. Por tercera semana consecutiva. Les prometo, eso sí, que esta es la última entrega (por un tiempo, al menos, porque el tema, por desgracia, no se agota). Si vuelvo a ello ahora es en sentido opuesto al de la semana pasada. Porque hay un espectáculo en el que no solo se permite sino que se ruega a los espectadores que mantengan sus móviles encendidos –¡aleluya, aleluya!, oigo ya decir a algunos– durante la representación, y que saquen las fotos y envíen los mensajes que quieran, con una sola condición: que fotos y mensajes tengan como destinatario al autor de la función, un joven de 29 años, de nombre Nassim Soleimanpour, retenido en Teherán por las autoridades iranís que no le permiten salir del país por negarse a cumplir el servicio militar obligatorio y que se mantiene, así, en contacto con el mundo. Nassim consigue que sus palabras viajen en su lugar –y con las palabras, la protesta– mediante una obra de teatro que se está representando ya en medio Occidente, en 15 idiomas distintos, y que esta semana se ha estrenado en Nueva York con el valor añadido del eco y la proyección que esto supone.

La función se llama 'White rabitt red rabbit' y da pie a un curioso experimento: cada representación es única e irrepetible. Alguno dirá: ¿y qué tiene eso de original? Esa es la razón de ser del teatro desde hace siglos, ¿no? A lo que contesto: sí, pero no. Porque aquí las cosas se llevan al extremo y el autor exige que el protagonista –un único actor o actriz, distinto cada día– suba al escenario sin conocer de antemano el texto a representar. Se consigue así que actor y espectador se encuentren en igualdad de condiciones. Los dos se sorprenderán, al mismo tiempo, con el desarrollo de la historia. Los dos vivirán, al tiempo, los avatares de un viaje –emociones a mansalva– que deciden emprender cogidos de la mano. Y los dos contribuirán, en lo insólito del viaje, a la denuncia de la censura y la falta de libertades.

La dificultad es, claro, para el actor que se enfrenta al texto a primera vista. Al entrar en escena –escenario desnudo– se encuentra con el productor que le entrega un sobre cerrado. El sobre contiene el texto. Abrirlo y empezar a leer, empezar a actuar, es abrirse a lo desconocido.

Vértigo me da, solo de pensarlo.

Pero me muero de ganas de vivir la experiencia.

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