Pequeño observatorio
La vida en una escalera de vecinos
El apagón ha durado casi una tarde. He rebuscado por los rincones de casa con la esperanza de encontrar una vela
Josep Maria Espinàs
Periodista y escritor
Josep Maria Espinàs
Estaba escribiendo y de golpe el piso ha quedado sin luz. Salgo al rellano y veo que también unos vecinos han salido en el rellano. "¿Qué ha pasado?". No lo sabemos. Entonces nos revestimos de confianza: "quizá es cuestión de minutos".
Pero los minutos comienzan a acumularse. Alguien llama no sé dónde pero no nos da ninguna explicación. Pienso en el tiempo de guerra, la de 1936. Cuando los apagones eran frecuentes y la luz llegaba cuando no nos lo pensábamos. La luz de la casa podía volver en cualquier momento. Muchos minutos, y a veces horas de resignación.
Que no se encendieran unas sencillas bombillas parece un poco ridículo, teniendo en cuenta el enorme progreso de la tecnología. El apagón ha durado casi una tarde. He rebuscado por los rincones de casa con la esperanza de encontrar una vela. Pero las velas ya son unos objetos bastante anticuados. Quizá las tenía al alcance de la mano en tiempos de guerra. Ahora es posible que solo haya en las iglesias, compañeras modestas de los cirios.
Al final vuelve la luz en casa. Y todos nos vemos, quizá demasiado. No habíamos previsto que la falta de luz duraría, y ahora nos hemos encontrado llevando un vestuario no muy presentable para hacer una tertulia con los vecinos. ¿Y aquella chica quién es? En la casa donde vivo ahora hay mucho movimiento. Han desaparecido todos los vecinos de cuando éramos jóvenes, solo queda viviendo en el edificio una señora muy anciana y cuando me la encuentro me atrapa una pequeña ola de ternura. Es la única superviviente del tiempo -tan lejano, ya- en que nos instalamos en la casa.
Una escalera de vecinos es, en este caso, una lección del paso del tiempo que no se rinde. La veo, a la vecina, entrando sola en su casa, empujando la carretilla, abriendo la puerta y entrando en un espacio que no soy capaz de imaginar. Es el piso de su vida, donde habita, desde hace tiempo, una ausencia.
Si no me lo pide, no voy a entrar nunca en su casa. Hay vidas y silencios que se deben respetar.
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