El debate de la autodeterminación

Catalunya en el espejo de Quebec

La sociedad quebequesa se ha cansado de la tensión referendaria y, como su identidad francófona está a salvo, se centra en otras cuestiones

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Joaquim Coll

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El pasado 1 de octubre, la celebración del primer aniversario del pseudoreferéndum se transformó en un bumerán contra el Govern de Quim Torra. La nostalgia emocional no pudo esconder las enormes contradicciones entre los discursos inflamados y la realidad, así como la subasta permanente entre JxCat y ERC, que a partir del 27 de octubre puede precipitar el adelanto electoral. En cambio, ese mismo día, en Quebec se celebraron unas elecciones que han supuesto un nuevo hundimiento del secesionismo y la entrada en una etapa post-soberanista. Dicha coincidencia nos obliga a preguntarnos dos cosas. ¿Por qué la pulsión independentista, que dominó la política quebequesa durante décadas, ha desaparecido casi por completo?, y ¿qué lección se puede extraer para Catalunya?

Estas han sido las primeras elecciones en las que ninguna formación política, tampoco el Partido Quebequés (PQ), protagonista de los referéndums de 1980 y 1995, proponía la celebración de una consulta de autodeterminación.  La última vez fue en el 2014, siendo Pauline Maurois primera ministra. Tras 19 meses en el poder, la dirigente independentista decidió adelantar las elecciones con la promesa de impulsar un tercer referéndum. Pero erró en la apuesta porque ganó su gran oponente, el Partido Liberal, de centroizquierda y federalista, bajo el liderazgo de Philippe Couillard, que ha gobernado hasta ahora. Cuatro años después, el agotamiento de los liberales y el miedo a la inmigración han dado la victoria a una nueva formación, Coalición Avenir Quebec (CAQ), de centroderecha, liderada por el empresario François Legault que provenía de las filas soberanistas. Sin embargo, a diferencia del histórico PQ, el CAQ defiende un nacionalismo compatible con el modelo federal canadiense y descarta explícitamente la autodeterminación. Así pues, el debate sobre la independencia ha dejado de interesar.  

La ley de la claridad

¿Cómo ha sido posible?, se preguntarán. A menudo en España se afirma, tanto desde el independentismo como por parte de la izquierda equidistante, que Canadá ha sabido dar una “respuesta democrática” a la tensión secesionista con la llamada 'ley de la claridad' (2000). También se dice que la mejor manera de contener el problema es ofreciendo la posibilidad de votar la autodeterminación. Sin embargo, eso no es así. En realidad, Canadá y Quebec son más bien un contraejemplo, la demostración práctica de que no existe una solución política acordada, una fórmula para regular el derecho a la secesión, que pueda satisfacer a ambas partes.

Hay que recordar que los independentistas quebequeses jamás aceptaron dicha ley, impulsada por el liberal Stéphane Dion, que deja en manos del poder federal la determinación sobre qué se entiende por una mayoría clara. También establece que si Canadá es divisible también lo podría ser Quebec tras un hipotético referéndum: las partes que hubieran votado en contra de la secesión podrían quedarse. Como respuesta, los independentistas aprobaron en paralelo su propia ley, que fija una mayoría solo del 50+1 y la indivisibilidad de la provincia. Es cierto que no se ha vuelto a hacer otro referéndum desde 1995, pero no por falta de ganas de los políticos del PQ sino porque la sociedad quebequesa se ha cansado del asunto. Cuando lo han vuelto a plantear, les han retirado la confianza, como ocurrió en el 2014; y en estas últimas elecciones ni tan siquiera lo han propuesto. La otra formación independentista, Quebec Solidaire, nacida en 2006, de orientación izquierdista y que se ha convertido en la tercera fuerza parlamentaria, tampoco lo plantea.

Es falso que Canadá haya sabido encontrar una solución acordada

En definitiva, es falso que Canadá haya sabido encontrar una solución acordada. No olvidemos que los referéndums de 1980 y 1995 fueron unilaterales. Además, el acta constitucional de 1982, que determinó la completa independencia de Canadá del Imperio Británico, no ha sido ratificada todavía por el Parlamento de Quebec: una anomalía que ahora no parece importar mucho pero que sumió a toda la federación en una crisis constitucional. Solo el paso del tiempo y el relevo generacional ha permitido entrar en una etapa post-soberanista. La sociedad quebequesa se ha cansado de la tensión referendaria y, como su identidad francófona está a salvo, ha decidido centrarse en otras cuestiones, como el debate sobre el medioambiente, la educación o la sanidad. Lo mismo ocurrirá en Catalunya en unos años porque el referéndum acordado tampoco es posible y la vía unilateral se ha demostrado impracticable. Como afirmó Dion, “democracia y secesión son difícilmente compatibles”. A la frustración independentista, le sucederá una fase de normalización en la que lamentaremos el tiempo perdido.