Nuevas tendencias de la política europea

Los pecados de la gran coalición

Merkel está cada día más cuestionada pese a que Alemania sigue siendo un gran éxito económico

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Joan Tapia

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Tras las elecciones del 2015, cuando el PP perdió la mayoría absoluta, Mariano Rajoy propuso un Gobierno PP-PSOE y adujo que la gran coalición entre el gran partido del centroderecha y el de centroizquierda, gobernaba Berlín con muy buenos resultados. Rajoy tenía razón respecto a Alemania, pero la receta no funcionó -no podía funcionar- en España porque históricamente las relaciones entre el PP y el PSOE han sido de una gran agresividad, muy distintas a las de la CDU y el SPD. Un ejemplo: Aznar no dudó ni un minuto en desgastar a Felipe González relacionándolo con los GAL, pero nunca un dirigente de la CDU mezcló a Helmut Schmidt con el trágico final de la banda Baader-Meinhof.

Ahora se ve que, incluso en Alemania, los gobiernos de gran coalición tienen contraindicaciones. Garantizan una gobernabilidad sensata, pero dirigen la protesta hacia el voto a otros partidos que muchas veces tienden al populismo nacionalista. Alemania ha sido gobernada por la gran coalición de Merkel más de ocho años: del 2005 al 2009, otra vez del 2013 al 2017 y ahora. Tras las elecciones del pasado año reconducir la gran coalición ya costó mucho (el SPD era muy reticente), pero acabó repitiéndose porque la entrada con fuerza y como tercer partido en el Bundestag de Alternativa por Alemania (AfD), marcada por el populismo y la reacción contra los inmigrantes, la hizo prácticamente inevitable. La subida de la AfD no se debió a la crisis porque Alemania lleva nueve años de crecimiento y el paro está en mínimos históricos (menos del 5%), sino a la reacción de algunos sectores de la población contra la decisión de Merkel de abrir en el 2015 las fronteras a un millón de inmigrantes, en buena parte refugiados que huían de la guerra de Siria.

El referente de las elecciones de Baviera

El resultado es que si ahora hubiera elecciones es probable que la gran coalición no pudiera repetirse porque los dos partidos, que antes recibían más de dos terceras partes de los votos, podrían no llegar ahora al 50% y carecer de mayoría en el Bundestag. Los beneficiarios serían la AfD, que atrae a electores no solo conservadores, los verdes que tienen voto urbano de clases medias progresistas, y la fragmentación política. En Baviera, uno de los 'lander' más ricos, las elecciones del pasado domingo lo han corroborado.

El Gobierno conjunto de los dos grandes partidos fomenta que parte del voto de protesta se canalice hacia el populismo

La CSU, el partido asociado con la CDU de Merkel, que siempre tenía mayoría absoluta, ha bajado del 47,7% al 37,2%. El SPD ha caido del 20,6% al 9,7% y ha quedado en un triste quinto puesto tras la CSU, los verdes -con fuerte subida en las ciudades de más de 100.000 habitantes-, un partido autonomista y la AfD. La CSU y el SPD han perdido juntos más de una quinta parte del voto (10,5% la CDU y 10,9% el SPD) en lo que ha sido un claro correctivo a la gran coalición de Berlín que sufre grandes tensiones internas. Si los resultados de Merkel en el 'land' de Hesse el próximo domingo son malos, el futuro de la gran coalición y de la propia Merkel estará en peligro, lo que sería negativo para Alemania y para la UE. La conclusión es pues clara: los gobiernos de gran coalición pueden ser útiles a corto, pero si duran mucho alimentan a partidos más extremos que amenazan la normalidad democrática.

El error de los conservadores bávaros

Pero las elecciones bávaras han puesto de relieve más cosas. La protesta contra los dos grandes partidos no beneficia a los que se colocan a la izquierda del del SPD ya que Die Linke (la coalición poscomunista) no ha logrado entrar en el Parlamento bávaro. La razón es que la protesta es más contra la inmigración que contra la gestión económica, pero a la hora de la verdad no todo el voto desencantado va al populismo nacionalista. En Baviera, ha ido a la AfD pero también a los verdes (centroizquierda de clase media) que se han convertido en la segunda fuerza subiendo nueve puntos, hasta el 17,5%.

Los conservadores bávaros se equivocaron pues mucho cuando, asustados por la AfD, copiaron parte de su discurso, criticaron la política de inmigración de Berlín y sustituyeron a Merkel por el canciller austriaco (más reticente a la inmigración) en su mitin final. No lograron evitar la fuga de una parte de sus votantes a la AfD, dañaron la solvencia de la gran coalición y otra parte de los suyos - inquietos por el giro a la derecha- votó a los verdes.

Hay pues una segunda conclusión: el centroderecha puede confundirse si radicaliza su programa. España no es Baviera, pero Pablo Casado debe estudiar lo que allí ha pasado. No vaya a ser que su discurso -nostálgico de Aznar y crítico con la moderación de Rajoy- acabe potenciando a Vox y a otros.