Peccata minuta

¿Susto o muerte?

A Sánchez le toca ahora ser el Adolfo Suárez del XXI, el guapo de quien todos desconfiaban -excepto Juan Carlos- que supo sorprender quijotescamente a propios y a extraños

Pedro Sánchez, sonriente, tras conocer el resultado de la votación.

Pedro Sánchez, sonriente, tras conocer el resultado de la votación. / periodico

Joan Ollé

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Los vascos son la hostia: poco después de bendecirle los presupuestos a Rajoy -que eran los suyos- van y le dejan tirado con la sola condición del “Santa Rita, Santa Rita...”, a la que el ya presidente -¿cómo no?- ha dicho “sí”. Por otra parte, ¿cómo podía el PNV votar “sí” a Rajoy si los 'indepes' no dudaron en el “no”, que no es un “sí” al PSOE sino un “si...” condicional, posibilista, sin acento y con puntos suspensivos?

¡Pobre Sánchez! Por una imprevisible conjunción astral, sin apenas soñarlo, se ha convertido en repentino inquilino de la Moncloa y  “camisa blanca de mi  esperanza” -aquel cantable de la Transición- de algunos o muchos entre los cuales, sin ninguna emoción y escasa esperanza, me incluyo: entre susto y muerte, susto. Le llega en mal momento al guapo la moción: tras demasiado tiempo callado,  solo acertó a decir que era urgente endurecer las penas de rebelión y sedición -¿las hubo?-, que había que chapar a la de ya Catalunya Ràdio y TV-3, y, ya hablarín, tildó de “racista” y “xenófobo” a Torra, tan presidente por carambola como él. Y lo dijo para ser alguien, para no ser el último mono en el pódium del híper-retro- españolismo. (“A la taula d'en Bernat, qui no hi és no hi és comptat”). Paradójicamente, en estos ultimísimos tiempos, ex-Rajoy ha sido más “conllevante” con Catalunya que el mudito Sánchez y el guapo catalán Rivera. Que Pepe Zaragoza o a quien elijan como virrey sea tan prudente y educado como Millo.

Una vez recuperado el habla, el no votado Sánchez debe soltar cosas por la boca, sin cantinflear; si él no sabe, que alguien se las escriba; alguien que recuerde que un no muy lejano día el ventrílocuo Pedro habló de reforma de la Constitución, de “nación catalana” y que en el aún más lejano congreso de Suresnes, en 1974,  el PSOE contemplaba, a imagen y semejanza de su fundador Pablo Iglesias, el derecho de autodeterminación de los pueblos de España. Vamos como los cangrejos.

A Sánchez le toca ahora ser el Adolfo Suárez del XXI, el guapo de quien todos desconfiaban -excepto Juan Carlos- que supo sorprender quijotescamente a propios y a extraños con su habilitación del Partido Comunista y su café para todos, que Catalunya bebió.  El café se ha derramado y ha manchado el mantel: hay que hacer algo. No sabemos nada de las convicciones periféricas, si las tiene, del voluble Sánchez, ni si el actual monarca -las democracias mejor valoradas, las nórdicas, son monarquías constitucionales- quiere ser pasado o futuro. Hasta el momento ambos lo han hecho mal, muy mal, tan mal como los soberanistas que todavía hablan del “poble català” a sabiendas de que apenas la mitad está con ellos.

Ojalá tenga razón el manidísimo Martí i Pol y algo sea aún posible.