Una forma de vida en crisis

Acoso a lo rural

Al margen de factores económicos, se ha perdido el reconocimiento a quien ejerce el oficio de darnos de comer

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Gustavo Duch

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Cuando vi el anuncio de Campofrío transformando la boina de un señor de pueblo en emisora de wi-fi o un botijo convertido en altavoz, me sucedió lo mismo que cuando supe de un programa televisivo donde se buscan esposas para granjeros. Me angustié. Me ocurre asociándolo a un dato aterrador: cada dos días, de promedio, una persona dedicada a la agricultura o a la ganadería en Francia se suicida. Y estas cifras, que parecen crecer año a año, dicen los expertos que pueden estar menospreciadas. En cualquier caso, representa entre un 20 y un 30% más que la población en general.

Sobre esta ‘epidemia’ en Francia, van apareciendo noticias de diferentes casos. El año pasado, el caso más difundido fue el del ganadero de vacas de leche, Jean-Pierre Le Guelvout, protagonista justamente en uno de esos programas 'buscaesposas' para ganaderos. Con 46 años, deprimido y endeudado, se disparó una bala en el corazón. Éric de la Chesnais, en un reportaje en 'Le Figaro' del pasado julio, cita otro ejemplo. “Un granjero que cría cerdos en Normandía me confió que había tomado la decisión de poner fin a su vida si alcanzaba la cifra de 150.000 euros de endeudamiento. Este hombre tenía un profundo sentido del honor y una sensación de culpa por el fracaso de la granja que su padre le había transmitido”. En este caso, aunque la deuda superó esa cifra, el apoyo de diferentes instituciones terapéuticas ha conseguido evitar el trágico desenlace.

Desde luego, debe de ser muy difícil soportar que, año tras año, después de seguir religiosamente las obligaciones que se marcan desde Europa para modernizar las instalaciones, aumentar el número de animales, invertir en costosos animales de alta genética,  o no tener días de descanso, se siga pagando, por ejemplo, el precio de la leche por debajo de tus propios costes, mientras las multinacionales que te la compran, la venden tres o cuatro veces por encima.

Pero estos factores económicos, siendo cruciales, no son todo. Detrás de estas decisiones está la pérdida de reconocimiento de quien ejerce el oficio de darnos de comer.  En el Estado español, desde tiempos franquistas, ha sido durísima la burla y desprecio a las gentes del campo. Lejos de disminuir la distancia entre quienes consumimos y quienes producen, la brecha se ensancha en cada uno de estos anuncios televisivos, en cada uno de estos programas.

Tampoco ayuda –y aquí hago autocrítica– las presiones que en los últimos años las y los ganaderos están recibiendo en relación a su profesión. Las denuncias hacia un modelo de ganadería intensiva con animales estabulados (con el movimiento animalista muy severo) y generadora de muchos residuos difíciles de gestionar, si bien son necesarias, no deben dirigirse hacia las personas que trabajan en esas industrias. Y desde luego se deben evitar las generalizaciones. Como venimos insistiendo hay otra ganadería, de animales pastando en libertad, distribuyendo fertilidad a la tierra y aprovechando tierras no agrícolas.

No seamos cómplices del acoso televisivo.