Dos miradas

Objeto extraño

En una feliz coincidencia, esta misma semana se han podido ver en el Lliure dos tragedias de planteamientos y finales diferentes pero con una misma intensidad: 'Medea' y 'Bérénice'

Emma Vilarasau, en un momento de 'Medea', que acoge el Lliure de Montjuïc.

Emma Vilarasau, en un momento de 'Medea', que acoge el Lliure de Montjuïc.

Josep Maria Fonalleras

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En una feliz coincidencia, esta misma semana se han podido ver en el Teatre Lliure dos tragedias de planteamientos y finales diferentes pero con una misma intensidad. De hecho, es feliz pero no tan casual. Lluís Pasqual ya advirtió que en su programación incluía a 'Medea' y 'Bérénice' porque ambas coincidían en una misma raíz: "Se encuentra en la calidad de extranjería tanto de una protagonista como de la otra". La extranjera (Medea) que se ve expulsada, tanto del amor como del país, y reacciona con una ferocidad extrema, en defensa de su dignidad. Y la otra (Bérénice), también extranjera, que contempla cómo debe abandonar el reino que le acoge porque que el rey decide hacer pasar la razón de Estado por encima del amor.

En la tragedia de Racine no hay acción, no hay muertos, no hay sorpresas. Es una exposición de pasiones y razones en la que los protagonistas -enamorados y callados, desatendidos y ausentes, melancólicos y muertos en vida- ejecutan "un concierto de cámara", como dice Pascual, en el que las olas de los alejandrinos son hechiceras mientras, como defendía Racine, "la tristeza majestuosa de toda tragedia" impacta al espectador.

Pascual ha montado una lectura excepcional de 'Bérénice' (solo tres días) porque es probable que esta pieza, "un objeto extraño", solo se pueda representar así, con "la frialdad elegante de la expresión". Contención ante "la violencia de las pasiones y la bondad de los sentimientos".