Dos miradas
Ágora amarilla
La jornada transcurrió sin incidentes en Alella, pero deja el regusto amargo de la pérdida del espacio público como ágora
Emma Riverola
Escritora
Arrimadas y Rivera “limpiaron” Alella de lazos amarillos. Así lo expresaron. Resulta difícil creer que adoptaran la medida para calmar la ‘simbolitis’ aguda que padece Catalunya, que lo consideraran un gesto para llamar a la concordia y poner en práctica aquello de ahondar en lo que nos une y no en las diferencias. En cualquier caso, la comitiva pasó por esas calles y se fue. Y su marcha trajo de nuevo los lazos a la calle.
Apenas dos horas más tarde, cuando ya el amarillo había recuperado posiciones, unas adolescentes colocaban lazos en la plaza del pueblo. La acción tenía más de juego que de activismo. Se preguntaban en qué lugar era lícito o no colgarlos. ¿La farola vale? ¿El banco? Una explicaba el truco al que había recurrido para atar bien la “senyera” en el balcón de su casa. Probablemente se refería a la ‘estelada’, pero el momento no daba para matices. Se dedicaban a recuperar un espacio que, momentáneamente, habían perdido. Siguieron con su juego por otras calles que también sentían suyas. A sus espaldas, el balcón del ayuntamiento lucía un lazo amarillo.
Unos políticos legitimaron con su presencia la retirada del símbolo. Otros habían legitimado previamente su colocación exhibiéndolo. Unos y otros representan a cientos de votantes de una comunidad. La jornada transcurrió sin incidentes, pero deja el regusto amargo de la pérdida del espacio público como ágora. Compartir no es quitar, tampoco imponer.
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