Gestos y emociones

Sin palabras

Cuando nos expresamos sin palabras, somos más sinceros que cuando nos enmascaramos detrás de ellas. El gesto nos delata, la palabra nos encubre

Carles Sans

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Estos días he observado con atención el comportamiento gestual de algunos de los ministros y ministras en el solemne acto de su prometimiento de funciones, y me ha parecido interesante, tal vez por deformación profesional, observar cómo algunos de sus gestos denotaban las emociones que llevaban dentro. Los resoplidos del segundo nuevo ministro de Cultura, azorado por tanta expectación el día de su toma de posesión, me parecieron incluso tiernos. Aquello parecía sobrepasarle, por nuevo, me imagino.

Llevo muchos años estudiando el gesto, ese lenguaje rico e interesantísimo que empleamos para comunicarnos y que nos ayuda a expresarnos en cosas tan importantes como los sentimientos. Dentro de un gesto hay emoción, como la que había ese día en el ministro José Guirao. Más allá de un modo de expresión subsidiario, el gesto es un “idioma” por sí mismo. En la combinación entre ambos está la manera más completa y más exhaustiva de la expresión humana.

A veces lamento que no se hable más de nuestra riqueza gestual. Desde pequeños nos enseñan a hablar, y sin embargo nadie nos enseña a gesticular, el gesto lo aprendemos mediante la observación a nuestros mayores y también de una manera espontánea y natural, pues posiblemente llevemos en nuestro ADN gestos inherentes a la cultura a la que pertenecemos. Miren si no: ningún padre ha de contarle a su hijo que para negar algo sin decir palabra debe mover de forma repetida la cabeza a derecha y a izquierda. Y simplemente desde temprana edad, cuando no deseamos algo retiramos la cabeza o bien negamos con ella para rechazar lo que no nos gusta.

Tal vez la ternura que me proporcionaron los gestos de asombro y nerviosismo del ministro vinieron de ver que, cuando nos expresamos sin palabras, somos más sinceros que cuando nos enmascaramos detrás de ellas. El gesto nos delata, la palabra nos encubre. Y no quiero acabar sin hacer hincapié en el más maravilloso y sutil de los gestos: el de la mirada. Decía Mario Benedetti: “No sé ni tu nombre, solo sé la mirada con que me lo dices.”