Mirar el firmamento

El mismo universo, las mismas preguntas

Estaba tumbado, esta vez junto al mar, viendo un espectáculo insuperable rodeado de amigos que intentaban entender por qué la Luna era roja

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Carles Sans

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En alguna ocasión todos hemos admirado hipnotizados el firmamento, y nos hemos sentido seres ínfimos inmersos en un misterio colosal; al ver titilar las estrellas nos hemos preguntado aquellos tópicos de quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos.

De adolescente solía pasar algunos días de verano en la masía de un buen amigo donde viví por primera vez la maravillosa experiencia de tumbarme para mirar al firmamento nocturno mientras divagaba sobre él. Entre amigos, cigarrillos y cervezas, conjeturábamos si la luz de alguna de las estrellas que brillaban estaría ya apagada. Calculábamos en años luz, tiempos y distancias imposibles. Bajo la inmensa bóveda celeste fabulábamos sobre el sentido de la vida, sobre trascendencias inspiradas en aquel universo imponente.

Aquella fascinación de adolescente la compartía con un primer amor a la que le susurraba alguna forma romántica aprendida de algún cancionero para guitarra. Era una tierna conjunción sideral y terrenal. Después del primer beso, uno se olvidaba definitivamente de las constelaciones para perderse en un universo propio, más íntimo, únicamente compartido con las estrellas. Instantes de juventud que he recordado con nostalgia cuando hace unos días de nuevo miraba fascinado el espectáculo de una luna de sangre.

Estaba tumbado, esta vez junto al mar, viendo un espectáculo insuperable rodeado de amigos que intentaban entender por qué la Luna era roja, y discutían si la Tierra se interponía entre el Sol y la Luna o al revés. Había cervezas, como en aquellos días de juventud, y había amigos, pero ya no había cigarrillos ni chicas por conquistar. Ahora había amor, sí; un amor distinto, aunque las estrellas sean las mismas que contemplaba en mis días remotos de adolescencia. Me di cuenta de que las preguntas sobre aquel inmenso espectáculo de aquella noche mágica eran las mismas, las incógnitas seguían igual, y se hacían con similar ingenuidad a la de aquella lejana adolescencia.