OPINIÓN

Sí a la Liga de las Naciones

El nuevo torneo de selecciones de la UEFA presenta rasgos que reconcilian al fútbol con su esencia fundacional

El trofeo de la Liga de las Naciones de la UEFA.

El trofeo de la Liga de las Naciones de la UEFA. / periodico

Axel Torres

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Georgia, Letonia, Kazajistán, Andorra, Bielorrusia, Luxemburgo, Moldavia, San Marino, Azerbaiyán, Islas Feroe, Malta, Kosovo, Macedonia, Armenia, Liechtenstein o Gibraltar. Una de estas 16 selecciones participará en la Eurocopa del 2020. Quizá esta sea la consecuencia más interesante de la creación de la Liga de las Naciones, el nuevo torneo ideado por la UEFA. También ha sido, como podía preverse, la más criticada por los sectores elitistas que se mueven alrededor del fútbol. Los que entienden que este juego forma parte de la industria del espectáculo y que a menos espectáculo, menos industria.

Ocurre que este juego no nació para convertirse en industria, e incluso su potencial como espectáculo se advirtió después de satisfacer la necesidad por la que se había inventado: entretener a los que lo jugaban colectivamente en una comunidad. En este sentido, introducir una novedad en el sistema clasificatorio que permita albergar opciones realistas de vivir el sueño de participar en un torneo de primer nivel a cualquier selección europea parece más cercano al espíritu fundacional del fútbol que preocuparse por si tres partidos de Liechtenstein en una fase final harán decrecer las audiencias.

Es una buena medida de la UEFA, porque al mismo tiempo proporciona en la primera división grandes partidos para aquellos espectadores más exigentes especialmente interesados en el nivel del juego, y además lo hace sin eliminar las fases de clasificación tradicionales, fundamentales para que las federaciones pequeñas sigan progresando -es básico que San Marino juegue contra Alemania, por muy mal que le parezca a Alemania-.

Identificación entre seguidores y jugadores

El anuncio de la creación de la Liga de las Naciones también ha provocado críticas por parte de aquellos que consideran que el fútbol de selecciones es más aburrido que el de clubs y que encima causa daños colaterales a los equipos que pagan las nóminas de los jugadores y luego deben entregarlos a sus federaciones. Son argumentos razonables, pero menos poderosos que aquellos que justifican la supervivencia del fútbol de selecciones -y más en la época actual-.

La inexistencia de un mercado de fichajes aumenta las posibilidades de que surjan alternativas a medio plazo que cuestionen el orden jerárquico: si a Islandia le sale la mejor generación de su historia gracias a su trabajo formativo, podrá recoger los frutos sin miedo a que Brasil o Alemania fichen a sus talentos, algo que sí ocurre en el fútbol de clubs y que pervierte continuamente la meritocracia. Y si no, fijémonos en el Mónaco, campeón de Francia y semifinalista de Champions: tras un año espectacular, se le marchó medio equipo titular y ha regresado a la mediocridad.

Y, pese a que en el siglo XXI el concepto 'nación' es más difuso, el fútbol de selecciones asegura la pervivencia de la identificación entre seguidores y jugadores: vienen del mismo lugar y han crecido con los mismos referentes. Algo cada vez más difícil de ver en los súper-clubs convertidos en marcas globales.