Al contrataque
El corazón del mundo es un balón
Bélgica es un estado con dos comunidades que no se quieren, flamencos y valones, pero que con la llegada del Mundial se han 'reajuntado' alrededor de un único -y buen- equipo
Antonio Franco
Periodista
Antonio Franco
Tras varias semanas de vibraciones nacionalistas y adoración a unos ejércitos que defienden en calzón corto sus banderas, les explicaré dos cuentos de hadas relacionados con el fútbol. Uno que refleja hasta qué punto el corazón del mundo mejora de salud desde que tiene forma de balón, otro describe la atipicidad que lo rodea. El primero se refiere a Bélgica, un estado con dos comunidades que no se quieren, los flamencos y los valones, pero que con la llegada del Mundial se han 'reajuntado' alrededor de un único –y buen- equipo compartiendo proyecto.
Valones como los señores Hazard y Witsel se abrazaban y besaban alegremente con flamencos como los señores De Bruyne y Vertonghen tras marcar unos goles. Desatendían a los integristas de la política y la cultura que les empujaban a tratarse con frialdad. Y no eran solo ellos: las dos comunidades enteras se entusiasmaban juntas por primera vez en mucho tiempo. La varita mágica que las unió temporalmente se llama balón de fútbol, un objeto que suele ser tratado a puntapiés en una actividad manejada muchas veces por negociantes tramposos. Pero es un progreso que por amor al fútbol los países ahora luchen intentando meterse goles en vez de ceñirse al método tradicional de empujar a sus respectivos jóvenes a matarse entre ellos.
Quienes hablan estos días de esta paradoja de los flamencos y los valones se quedan cortos. La Bélgica real no tiene dos comunidades sino tres, aunque a la tercera, la inmigración, la suelen esconder o solo la citan hablando de marginación o de terrorismo. Pero resulta que el señor Lukaku, de ascendencia congolesa, y el señor Fellaini, de origen marroquí, también han brillado en la selección y disfrutaban con los flamencos y valones su mismo y único proyecto. El fútbol hace avanzar la conciencia de la multietnia también para bien. A Le Pen le molestaba que su país tuviese una selección físicamente muy oscura pero cuando Francia ganó un Mundial tuvo que dejar de predicar la idiotez de la superioridad blanca en este deporte. Si el domingo Francia logra otro título su sucesora, la otra Le Pen, deberá tragarse una selección todavía más morena.
La otra historia es más sencilla: un empleado se despide de un patrón que no le gusta. Lo considero cuento de hadas porque eso del corte de mangas y decirle adiós al jefe que paga bien no es habitual en un mundo donde siempre despiden los empresarios. Pero el fútbol es diferente. Lo sabe Florentino, presidente del Madrid, humillado por uno de sus empleados, aunque este –hay que decirlo—es más rico y odiado que él. Cristiano Ronaldo no deseaba seguir aguantando a ese Florentino que presume de españolísimo pero le robó a España el seleccionador para llevárselo a casa para que entrenase a sus niños.
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