Análisis

Enemigos, enemigos mortales y compañeros de partido

Escuchando a los aspirantes populares a dirigir el partido queda claro que el problema está dentro del PP

Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal, en una imagen de archivo correspondiente a la toma de posesión del presidente de la Comunidad de Madrid.

Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal, en una imagen de archivo correspondiente a la toma de posesión del presidente de la Comunidad de Madrid. / periodico

Antón Losada

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Konrad Adenauer, el gran padre de la derecha continental, lo tenía claro: en política hay enemigos, enemigos mortales y compañeros de partido y lo más importante no es tener razón, sino que te la den. Tampoco en eso somos diferentes. La derecha española se parece más de lo que solemos admitir a sus homónimas europeas. Las primarias del Partido Popular son la prueba.

Con alguna excepción, como el aviso de Sáenz de Santamaría a Pedro Sánchez para que vaya haciendo acopio de paracetamol, los candidatos ha concentrado el fuego sobre los compañeros de partido, no sobre los enemigos, ni siquiera los mortales. Ni el presidente Sánchez que les expulsó de la Moncloa, ni el Albert Rivera que les está expropiando el espacio electoral; escuchando a los aspirantes populares queda claro que el problema está dentro del PP.

Para Maria Dolores de Cospedal el problema es que hay demasiados que se avergüenzan del partido. Para Soraya Sáenz de Santamaría el problema ha sido que ella no estaba en el partido para que funcionase tan bien como el Gobierno. Para Pablo Casado el problema reside en la gerontocracia que domina el partido. Para García Margallo y García Hernández el problema nace en la ausencia de ideas y debate en el partido.

Todos ellos llevan lustros en puestos de responsabilidad pero, al parecer, nada han podido hacer para impedir tanta desgracia. Siguiendo el relato a lo 'Star wars' que suele dominar las primarias de todos los partidos, los candidatos han buscado presentarse como rebeldes idealistas e intrépidos en lucha desigual contra un aparato tan maligno como poderoso. Unos y otros han intentado sentir la fuerza de la militancia y mandar a sus contrincantes al lado oscuro de la organización. Conscientes de que las bases populares no perdonan que se hable mal del partido en público todos se han mordido la lengua. Pero Soraya ha hecho cuanto ha podido para mandar a Cospedal al pasado de la corrupción del partido, el origen de todos los males, Cospedal ha hecho lo posible por echar a Casado en brazos de aznarismo y Margallo no ha cejado en su empeño por culpar a la exvicepresidenta de todo cuanto fue mal en el Gobierno.

La cuestión ahora ya no es quién tiene razón sino a quién se la dan los militantes. Los Garcías han cumplido como animadores pero la carrera siempre ha sido cosa de tres. Cospedal ha apostado por virar la necesidad en virtud y reivindicar sus servicios al partido, Sáenz de Santamaría ha vendido sondeos electorales y Casado ha ofrecido juventud. La bajísima inscripción en un sistema diseñado para funcionar como un decorado, no como un método efectivo de elección, indica que el vencedor tras tanta proclamación rebelde será, como siempre, aquel que decida el aparato, que ha movido a los poco más de sesenta mil inscritos frente a la indiferencia de una militancia que no entiende para qué le preguntan ahora, cuando todo va mal, si nunca les ha interesado saber qué pensaban cuando todo iba bien.