Cultura y ruralidad

El tractor y el editor

El propietario de una editorial no necesariamente tiene que ser más ecuánime ni estar menos obnubilado por una adscripción nacional que un payés

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Andreu Pujol Mas

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Jaume Collboni, en un acto de Sociedad Civil Catalana de la semana pasada, contraponía los tractores de los campesinos independentistas con el grupo editorial que amenazó con irse durante el pasado mes de octubre en caso de independencia de Catalunya. Debemos partir de la base que todo es tramposo: el propietario de una editorial no necesariamente tiene que ser más ecuánime ni estar menos obnubilado por una adscripción nacional que un payés.

En este sentido, la democracia ayuda a dar el valor justo a cada cosa y el voto de un labrador es igual de válido que el de un gran empresario. Pero al margen de esto, la disyuntiva entre cultura y ruralidad es una falacia. El nacimiento de la escritura se produce a partir de la sedentarización de las sociedades humanas, una vez se han dominado las técnicas de cultivo, y esto permite estructurar civilizaciones que necesitan la palabra escrita para transmitir información. Las primeras tablillas de arcilla hablando de cabras y ovejas han evolucionado hacia las grandes bibliotecas y los torrentes de información de las redes.

La misma palabra 'cultura' deriva del verbo latín 'colere', que significa 'cultivar'. Es decir, se establece una relación entre el trabajo paciente del campesino, de transformación de la áspera tierra en un lugar fértil y productivo, con la acumulación y traspaso de saber entre humanos. Si continuamos tomando la historia como referente, podemos fijarnos también en los monasterios medievales como sitios donde la cultura y la agricultura eran inseparables. Los cenobios, con sus escritorios, sus bibliotecas y sus campos, eran núcleos de preservación e irradiación de la obra de grandes pensadores y de textos religiosos, pero también de técnicas de cultivo. El fundador de los benedictinos Benito de Nursia, en la regla que tenían que seguir sus monjes, daba unas indicaciones muy claras: “Han de ocuparse los hermanos a unas horas en el trabajo manual, y a otras, en la lectura divina”. Sin tractores no hay grupos editoriales.