Pequeño observatorio

A veces conviene ladrar

Los perros que se alborotan ante un desconocido, que podría ser peligroso, dan una lección de conducta

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Josep Maria Espinàs

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No estoy suficientemente preparado para contestarme esta pregunta: "¿Por qué ladran los perros?" Ya sé que podemos hacernos preguntas mucho más importantes. ¿Por qué un político que era moderado ahora se radicaliza? ¿Por qué mi amigo más modesto se ha comprado un automóvil espectacular? Siempre puede haber una explicación, que nos convenza o no. Pero esto es otra cosa. Insisto: ¿Por qué ladran los perros?

Seguro que los animales tienen, o pueden tener, sus motivos -no me atrevo a decir "razones" para no entrar en un debate sobre la racionalidad humana y los instintos más diversos-. Ya vi, hace años, cómo mi cuñado Néstor Luján estaba escribiendo un artículo en su casa. En aquella habitación había una repisa y, tumbado en la repisa había un magnífico gato, blanquecino y bellamente peludo. ¿Qué hacía el gato? Miraba cómo Néstor escribía. Un gato inmóvil y atento. Todo era silencio.

Me he preguntado por qué ladran los perros. Me atrevo a decir que el perro es muy humano, con una notable capacidad de ataque y defensa.

Hace ya muchos años intentaron atacarme. Mejor dicho, me amenazaron. Yo iba a pie camino de un pueblo y al pasar por delante de una masía solitaria tres perros de aspecto poderoso se desplegaron en actitud de pelea. No entré en la finca, naturalmente; continué caminando perseguido por las amenazas. Que yo sepa, las amenazas de los gatos son una especie de jadeos de irritación y, si no me equivoco, de enseñar las garras.

Los humanos también tenemos mecanismos amenazadores: las palabras. Hay quien dice: "No hagas esto o aquello, porque, si no me haces caso, lo pasarás mal". Los avisos no son físicos, como los de los animales. Son otro tipo de coacciones. Es curioso, la especie humana es una especie que se amenaza a ella misma. ¿Se matan entre ellos los caballos, los tigres, las mariposas? Hay una pregunta que debería avergonzarnos: ¿Hasta dónde tengo que bajar para poder subir? Parece una pregunta interpretable como una petición de corrupción. Los perros que ladran ante un desconocido, que podría ser peligroso, dan una lección de conducta. Si alguien se te acerca, vigila: no dejes de ser tú.