IDEAS

Ese va vestido de escritor

Tom Wolfe, con su habitual traje blanco.

Tom Wolfe, con su habitual traje blanco. / periodico

MIQUI OTERO

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Ser o fingir ser escritor, un oficio tan lucrativo y anacrónico como el de sereno, comporta dos ventajas. La primera es que es la única profesión, con la de portavoz gubernamental, en la que puedes mentir, porque solo con el artificio y la trola se urden tramas honestas y verosímiles. La segunda, que, dado que escribes encerrado en casa y hablas solo más que un 'yuppie' con un manos libres, no tienes que preocuparte por tu vestimenta.

De esto último, quizás la imagen del novelista que viste desastrado, asesorado por un mayordomo daltónico: yo, por ejemplo, tecleo esto en calzoncillos (color pistacho) y camiseta de Gas Natural, las mangas recortadas con tijeras del pescado.

El de escritor es un oficio con dos ventajas: que puedes mentir y no tienes que preocuparte por tu vestimenta

Y, sin embargo, esto no es del todo cierto, porque si te dedicas a crear personajes sabes que un jersei o unas gafas pueden definirlos mejor que 20 páginas de monólogo interior. Terry Newman acaba de publicar 'Legendary Authors and the Clothes They Wore', cuya cubierta (Joan Didion con vestido tobillero frente a un Stingray blanco) ofrece pistas. El riguroso negro y la alergia al corsé de Gertrude Stein, los Wallabee y los jerseis de las Islas de Aran de Samuel Beckett (y un peinado eterno cincelado a los 17), los trajes blancos de Mark Twain y Tom Wolfe, los turbantes de Zadie Smith o esa bandana (posmoderna) de tenista de Foster Wallace.

Dice Newman que el 'look' de un autor dice mucho de su narrativa. Así, mi amor por camisas de color rojo y cuello abotonado, gabardinas de frutero o cinturones blancos no vendría de mi pasado medio mod, sino de mi interés por el color, el estribillo o el detalle, pero también de mis historias, como aquella serie de relatos que escribí a los seis años: 'Sabanito'. El protagonista era un fantasma dandy que cambiaba de sábana (y de estampado) cada vez que se pasaba por la casa de mis padres de la calle Sepúlveda y que quería inspirar miedo pero daba risa. 

Cada uno debe encontrar su forma de vestir, o de escribir, luchando contra sus mitomanías. Nada más ridículo que el fan de los escritores malditos emborronando servilletas con camiseta negra de lamparones Bélmez. Como cantaban The Go Betweens: "¿Por qué la gente que lee a Dostoievski / va con pinta de Dostoievski?".