IDEAS

La pesadilla de un año "surrealista"

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MIQUI OTERO

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El dueño del bar ponía en la tele cintas de VHS con telediarios de otras épocas y espolvoreaba serrín en el suelo cuando anunciaban tormenta. Jamás retiraba los adornos navideños porque la anteriores fiestas eran recientes o las próximas no tardarían en llegar y no arregló durante años el reloj de la pared porque daba bien la hora dos veces al día. Fumaba mucho, trapicheaba con aquello que fumaba y en una nevera había pegado un adhesivo con la leyenda 'COMERÇ JUST'. Su grupo favorito era Pink Floyd.

Y, sin embargo, tenía una palabra fetiche para definir todo lo que escapara a su lógica: la ley antitabaco, los regates de Messi, ETA, la monogamia de los pingüinos y las broncas de su mujer. Todo era "surrealista". O, en sus palabras: "subrealista".

Pensé en él ayer cuando leí que el diccionario Merriam-Webster elegía la palabra de 2016: 'surrealista'. El Diccionario Oxford se había decantado por 'posverdad' y Dictionaries.com, por 'xenofobia'. Las tres están conectadas.

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Se supone que la palabra del año se escoge en función de las búsquedas en los diccionarios online. Hay quien siempre 'googlea' lo mismo (los escritores, su propio nombre; los hipocondriacos, la palabra que empieza por c; si eres las dos cosas, mejor apaga el router), pero la gente tecleó masivamente 'surrealista' cuando el atentado en Niza, el Brexit, Idomeni y el triunfo de Trump. Y Berlín.

En la novela 'Submundo', de Don Delillo, un bus con colores y filigranas de carnaval llega al Bronx luciendo en grandes letras el nombre de su 'tour': 'South Bronx Surreal'. Un grupo de turistas europeos se apea y tira fotos, cuando una vecina los aborda: "Este barrio no es surrealista. Es realista. Es real. Vuestro bus es surrealista. Vosotros sois surrealistas. Bruselas es surrealista".

Solemos pensar que atesoramos la fórmula de la Coca-cola del sentido común. Que todo lo opinado fuera de nuestro 'timeline' de Twitter, parroquia religiosa o grupo de amigos estupendos no es ni medio normal. Quizá no caemos en que la realidad sucede fuera de esos círculos ni aceptamos nuestro parecido con ese camarero que pensaba que todo era surrealista. O 'subrealista'.