IDEAS

Meryl Streep o la dignidad de mi oficio

Meryl Streep, durante el discurso de aceptación del premio Cecil B. DeMille.

Meryl Streep, durante el discurso de aceptación del premio Cecil B. DeMille. / LN/HH

JOSEP MARIA POU

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¡Cómo me gustaría ser Meryl Streep! Tener, al menos, la mitad de su talento. Y, por supuesto, su valentíaLo que hizo la actriz el domingo pasado, en la entrega de los Globos de Oro Globos de Oro, es digno de reverencia. Y sería digno de Oscar, si no fuera porque en ese momento no había ficción alguna. Cualquier parecido con la realidad no era pura coincidencia, sino algo buscado, pretendido y asumido a cara limpia, sin máscara de por medio. Pocas veces he visto a alguien con tanta dignidad sobre un escenario.

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Solo en casa, a las tantas de la madrugada, no pude por menos de levantarme, aplaudir y, emocionado, gritar ¡Bravo!, el orgullo de mi oficio en la garganta. Reconozco que al tiempo que las palabras y la actitud de la actriz, me conmovieron el silencio y el respeto de sus colegas -mis colegas, también, al cabo- que la escuchaban -el corazón en un puño- y asumían el discurso, conscientes de la calidad del momento. 

Esa misma noche, las palabras de Meryl Streep fueron recogidas por las redes y multiplicadas por millones. A la mañana siguiente, los medios se mostraron unánimes (casi) en el elogio. El mundo entero la aplaudía. Perdón, me doy cuenta de la hipérbole y rectifico: dígamos que el mundo entero, menos Trump y los suyos, la aplaudían. O que el mundo entero, menos Trump, ocupadas las manos en tuitear la delirante respuesta, la aplaudía. Ovación cerrada. 

Muy al contrario, por cierto, de lo que ocurrió hace tiempo entre nosotros, cuando, en una ceremonia de entrega de los Goya, recién estallada la guerra de Irak, varios actores aprovecharon los minutos de su discurso para pedir la paz y denunciar la actitud del Gobierno de Aznar, favorable al conflicto. ¡La que se armó! Algunos medios de aquí -bastantes- atacaron de manera despiadada a los actores. Se les ridiculizó hasta el escarnio. Se les crucificó. Y lo mismo sucedió años después, cuando -Goya en mano- se cuestionó la política de recortes de Rajoy y la voracidad recaudatoria de Montoro.

Mágica vara de medir que crece y mengua a capricho.