Oráculos fallidos

Vamos a elecciones porque la política es más autónoma de lo que parece

Un cartel electoral rasgado con la imagen del líder de los socialistas, Pedro Sánchez,  en Lugones, Asturias.

Un cartel electoral rasgado con la imagen del líder de los socialistas, Pedro Sánchez, en Lugones, Asturias. / periodico

JOAQUIM COLL

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Hasta hace dos días, no pocos políticos y opinadores daban por seguro que los “poderes fácticos” acabarían imponiendo alguna fórmula de gran coalición. Dichos poderes son, claro está, el IBEX-35 y los mandamases europeos con Angela Merkel al frente. Este vaticinio no era la expresión de un deseo, sino una acusación lanzada de antemano contra los socialistas, y de paso un recordatorio sobre el poder de la “casta”. Incontables veces Pablo Iglesias afirmó que Pedro Sánchez había traicionado a sus votantes y que el PSOE iba a investir a un presidente del PP. No solo Podemos repitió ese mantra, el separatismo también se apuntó.

A mediados de abril, el republicano Joan Tardà previó un pacto de gobierno por "las presiones de los grandes lobis económicos y de distintas cancillerías”. Y el poeta-profeta Gabriel Rufián se mostró convencido de que las negociaciones iban a desembocar en una “mal llamada gran coalición”. Pues bien, lo cierto es que en estos 130 días transcurridos desde el 20-D no ha habido ni un milímetro de aproximación entre socialistas y populares. No es un hecho en absoluto positivo, pero supone una lección más de este inaudito tiempo que hemos vivido.

Contra ciertas teorías que han circulado sin reparos, los partidos y los liderazgos políticos tienen un alto nivel de autonomía en la decisión de sus estrategias ante esos poderes que, supuestamente, todo lo mueven. Su capacidad de influencia sobre la política es relativa. No digo que no exista. Pero, en este caso, se ha demostrado nula. Las primeras semanas tras las elecciones se dijo mil veces que existía una presión enorme dentro y fuera del PSOE para que Sánchez tirase la toalla con el fin de que su partido se abstuviera en la investidura de Mariano Rajoy.

Después, cuando los socialistas se abrieron a la operación del “gran centro” con Ciudadanos, se vaticinó que los populares iban a ceder a las presiones del “gran capital”, pues el acuerdo firmado por Sánchez y Albert Rivera respondía a los deseos directos del IBEX-35. También que estábamos en la antesala de la gran coalición. Y que Rajoy se vería forzado a retirarse en favor de otra figura del PP o, mejor aún, de un independiente para facilitar el acuerdo. ¡Cuántos oráculos fallidos!

Vamos a elecciones porque la política es más autónoma de lo que parece, más condicionada por los liderazgos e intereses personales. En Catalunya se evitó en el último minuto porque la lógica era binaria. Cedía la CUP o Artur Mas. Los anticapitalistas lograron su cabeza porque en CDC veían con pánico volver a las urnas con la fórmula de Junts pel Sí rota. En la política española, en cambio, el escenario es más complejo. Los cuatro partidos principales confían, algunos con más resignación y temor que otros, en que una mejora relativa de sus fuerzas el 26-J pueda romper el bloqueo que ha impedido hasta ahora investir presidente.