MIRADOR

Los separatistas se independizan

El soberanismo vive en un sueño inflamado, en un embrollo monumental

Manifestante con un peinado con el dibujo de la 'estelada', en Barcelona.

Manifestante con un peinado con el dibujo de la 'estelada', en Barcelona. / periodico

JOAQUIM COLL

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Dejando a un lado la participación contradictoria y oportunista de Ada Colau, las fuerzas netamente separatistas han protagonizado otra Diada anunciada como decisiva. Ya no se atreven a prometer a su ilusionada parroquia que esta vez será la última. Pero sí que “solo falta por recorrer el último tramo para llevar a Catalunya a las puertas de la independencia”, afirma Carles Puigdemont. No se sabe bien ya qué significa toda esa palabrería. La hoja de ruta inicial, la de los 18 meses con las leyes de desconexión y las elecciones constituyentes, al final, carece a estas alturas de credibilidad y fuerza. Los más radicales apuestan ahora por un referéndum unilateral (RUI) para provocar “una reacción violenta” del Estado.

El 'president' se muestra favorable en privado, según diversas fuentes, pero en público no quiere comprometerse. El RUI es como el río Guadiana, aparece y desaparece, porque divide fuertemente a Junts pel Sí. Se da por hecho que Puigdemont ha pactado con la CUP una partida en los presupuestos del 2017 para celebrar una consulta indeterminada. Un anuncio que también podría servir para amenazar al Estado de que si no se aviene a pactar un referéndum, se producirá una declaración unilateral de independencia (DUI). Si se han perdido al leer todo esto, no se preocupen: el embrollo en el que viven los separatistas es monumental. Viven en un sueño inflamado. En la moción de confianza del próximo día 28, igual salimos de dudas.

Lo único seguro es que, de una forma u otra, a mediados del año que viene 'en farem una de grossa', afirman muchas voces. Es probable que algo grave suceda. Este puede ser el curso que nos ponga a todos a prueba. Entre tanto, el separatismo intenta alimentar el mayor victimismo posible, en algunos casos de forma vomitiva, como las cruces que plantó este verano la ANC en diversos municipios para denunciar que España se ha cargado, por pura catalanofobia, el sistema sanitario de Catalunya. Luego hay el victimismo risible de la antigua Convergència con el lío del nombre para el nuevo partido. Escuchar a Artur Mas exclamar que “no nos quieren ver ni en pintura, y no quieren que hagamos política”, resulta patético.

Y finalmente, hay el victimismo cínico, el arte de saber ofenderse, que practica el Govern. Sus anuncios y acciones se dirigen a perpetrar un golpe de Estado en nombre de una mayoría social inexistente, pero los 'consellers' claman al cielo cuando desde el Poder Judicial y la Fiscalía se les recuerda que les caerá encima todo el peso de la ley, incluida la inhabilitación y la prisión. El año que viene, cuando celebremos la Diada, es muy posible que el bloque separatista haya cruzado la frontera de la unilateralidad por alguno de sus caminos: RUI, DUI o leyes de desconexión. Si es así, los separatistas solo se habrán independizado definitivamente de la realidad.