MIRADOR

Elecciones inevitables, resultado incierto

El fracaso del "gran centro" nos devuelve a una confrontación electoral clásica izquierda-derecha

Rivera Hernando

Rivera Hernando / periodico

JOAQUIM COLL

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Los españoles emitimos un veredicto impreciso el 20-D. La derecha no sumaba, pero la izquierda tampoco. Solo había dos caminos. Una improbable gran coalición o un gobierno en minoría a partir del “gran centro” tras el acuerdo de Pedro Sánchez y Albert Rivera. El gran pacto permitía intentar con garantías de éxito el cambio constitucional que la izquierda reformista abandera desde hace tiempo. Pero era un camino intransitable, pues abocaba a los socialistas al cisma interno. Si alguna opción tenía, ha sido dinamitada día a día por el estallido de la corrupción en el PP. Tampoco la derecha quería en el fondo la gran coalición, pues solo la ha agitado al final y como mero recurso retórico. La prueba es que no ha habido en todos estos meses por parte de Mariano Rajoy una propuesta programática encima de la mesa, ninguna oferta en serio. Por suerte para él, no se ha notado, ya que los negociadores socialistas tenían vetado abrir ningún escenario de acuerdo con los populares. Si el PSOE hubiera obligado a Rajoy a retratarse, a explicitar las reformas que precisa la crisis social, territorial e institucional en la que estamos inmersos, ahora este no saldría indemne de su inmovilismo.

La alternativa de gobierno a partir del “gran centro” solo era viable si lograba desestabilizar al PP o a Podemos. Si estimulaba una revuelta contra Rajoy que arrastrara a los populares hacia la abstención como medio de regeneración de la derecha. Ahí Rivera tenía puestas sus esperanzas, incluso para aspirar a liderar todo ese espacio. Nadie ha atacado tan duramente a Rajoy como él. Pero el inquilino de la Moncloa ha ejercido una resistencia granítica, básicamente porque las encuestas no daban, pese a la escandalosa corrupción o al incumplimiento electoralista del déficit, una caída significativa al PP. La otra posibilidad era que el “gran centro” lograra atraer a Podemos hacia algún tipo de acuerdo de la mano del PSOE. Eso cuestionaba el liderazgo arrogante de Pablo Iglesias, que se encargó rápidamente de cortar las disidencias de los cargos próximos a su número dos, Íñigo Errejón. Podemos pudo haber entrado en crisis con sus confluencias, pero no ha estallado, y ahora Iglesias cifra sus esperanzas en una alianza electoral con quien hace meses despreció desdeñosamente, Alberto Garzón e Izquierda Unida.

El fracaso del “gran centro” nos devuelve a una confrontación electoral clásica izquierda-derecha, y a una lucha descarnada en el seno de cada bloque. Aquí sí entre lo viejo y lo nuevo, aunque la nueva política ha demostrado ser tan excluyente como la vieja. Si la refriega de Ciudadanos y PP será dura, aún lo será más entre Podemos y PSOE. Después de la batalla veremos cuál de los dos bloques suma un diputado más y si gobierna la izquierda o la derecha. Lo que ha ocurrido es tan inaudito que el resultado es incierto.