ANÁLISIS
Asumir el conflicto, reconocer al interlocutor
El diálogo bilateral entre Sánchez y Torra, plagado de obstáculos, emboscadas y 'fuego amigo', es el único que puede devolver la concordia a Catalunya y la estabilidad a España
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
Sinceridad y reconocimiento mutuo. Coincidencia en que el conflicto catalán --con un 47% del electorado inclinado en principio hacia la independencia, y un 53% reacio o directamente refractario a la misma-- es de raíz política y requiere, por tanto, de una solución política. Asunción recíproca de que Catalunya es una nación, como también lo es España. Franca discrepancia sobre si los independentistas encarcelados son presos políticos o políticos presos, junto al íntimo deseo --no necesariamente explicitado-- de que la justicia los excarcele cuanto antes. Sintonía sobre la inconveniencia de reincidir en conductas que agraven la judicialización de la política. Confesión de las limitaciones de cada cual y de las diferencias doctrinales entre ambos, que al tiempo que los separan los unen en la voluntad de impedir que unas y otras minen la recién estrenada senda del diálogo.
Así podría resumirse el primer y transcendental encuentro entre Pedro Sánchez y Quim Torra en la Moncloa, sobre el cual planeaba, necesariamente, la encuesta del GESOP publicada este lunes por EL PERIÓDICO: el 62% de los catalanes prefieren que Catalunya forje un pacto con el Estado para mejorar su autogobierno a que persista en la apuesta por la secesión, carente de apoyo social suficiente y accidentada en otoño en el fragor de la unilateralidad. La primera reunión en más de dos años entre los presidentes español y catalán no deparó acuerdos concretos pero sí un significativo cambio de rasante: de la confrontación a la mutua comprensión. Un "cambio de etapa", en palabras del 'president', díficil de digerir para los exaltados que habitan en una y otra ladera del monte.
Torra podría haberse transmutado en el Artur Mas de septiembre del 2012, que viajó a Madrid solo para constatar el portazo de Mariano Rajoy al pacto fiscal que justificaba un adelanto electoral, o en el Carles Puigdemont del 2016, que visitó la Moncloa para cubrir el expediente mientras cortejaba a la CUP. Pero, despojándose de la condición vicaria que le endosó su antecesor, el 'president' prefirió emular al Josep Tarradellas que en 1977 presentó como un éxito su frustrada cita con Adolfo Suárez. Cuando el inquilino de la Moncloa sentenció que el derecho a la autodeterminación no existe y que no habrá un referéndum de tal guisa en Catalunya, el activista Torra podía montar un ceremonial y el gobernante Torra, tomar buena nota. Hizo lo segundo, e hizo bien.
PREMISAS DE PEROGRULLO
Para resolver un problema es condición inexcusable asumir su existencia y su naturaleza, como para afrontar el diálogo resulta indispensable reconocer al interlocutor. Son premisas de perogrullo, pero que en los últimos seis años no se han dado ni en la Catalunya embriagada por el 'procés' ni en el conjunto de una España secuestrada por la visión cerril y preautonómica de la derecha.
El camino de la bilateralidad y el entendimiento, ambos lo saben, estará plagado de obstáculos, de emboscadas y de fuego amigo. Pero, si ambos presidentes se ayudan a esquivarlos y hacen honor a la palabra dada, es el único que puede devolver la concordia a Catalunya y la estabilidad institucional a España.
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