IDEAS
Jotas o sardanas
Xavier Bru de Sala
Escritor y periodista.
XAVIER BRU DE SALA
A finales del siglo XVI, los obispos de Vic prohibieron bailar sardanas no solo en el interior de las iglesias sino delante si dentro daban misa. A mediados del XX, Franco autorizó la sardana a fin de maquillar el genocidio cultural y como muestra de folclore regional integrado a la Unidad de destino. En medio, el joven 'conseller' Francesc Cambó insertó la sardana en las fiestas mayores de Barcelona y entronizaba así los intentos de convertir una danza del Empordà y la Garrotxa en símbolo de una idealizada hermandad catalana.
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El trinomio fraternidad-catalanismo-sardanismo, que incluye entre otras delicias una exhibición en Montserrat, con copla ampurdanesa, a mayor gloria de la regente María Cristina que la presidía, resultó incapaz, por otro lado, de impedir el baile de sangre de la Setmana Tràgica. Tampoco es justo olvidar que sobre la sardana se ha escrito una remarcable y abundante música culta.
En fin, que la sardana cuenta con el honor de ser la danza de los liberales contra los carlistas y con la vergüenza de haberse erigido en el minúsculo Vichy cultural de los colaboracionistas del fascismo. De aquí el mal final del imperialismo reaccionario de Vic y el Empordà sobre Catalunya.
Quizás sea por el exceso de connotaciones que lastran la sardana que en Falset han pasado de avergonzarse de la Jota del Alcalde, sustituida hasta hace muy poco por el taladro de los alaridos invasores de la tenora, a recuperarla como acto de afirmación y recuperación de las propias tradiciones. El giro de Falset es más significativo si tenemos en cuenta que la jota viene del sur, siempre sospechoso, que es compartida por tierras germanas y es de herencia musulmana, mientras que a los 'noucentistes' solo les faltó afirmar que Pericles ya bailaba sardanas ante el Partenón.
Catalunya será más de todos los catalanes el día que los almacenes de su plaza mayor enseñen a bailar jotas. Si se trata de bailar, a bailar, no a bailarla.
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