El fantasma de Rosa Díez
El exceso de liderazgo acabo devorando a la lideresa de UPyD, hasta convertirla en una parodia
Antón Losada
Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago de Compostela
ANTÓN LOSADA
La casualidad no existe en política y cuando parece que sí resulta muy cruel. Ciudadanos ha disputado sus primarias, donde solo han votado tres de cada diez militantes, al mismo tiempo que los pocos que aún resisten en UPyD celebraban un tercer congreso que parecía una terapia de grupo para exalgo. El zombi morado persigue a la formación naranja igual que el fantasma de Rosa Díez ronda al reelegido líder de Ciudadanos, con un porcentaje -87.3%- tan aplastante como aquellas goleadas que anotaba en sus días de gloria la exlíder de UPyD.
Durante los años de oro del bipartidismo, UPyD abrió un hueco en el centro político español recogiendo el desencanto de los votantes socialistas con las inconsistencias del Zapaterismo y el cansancio de los populares ante el inmovilismo Marianista. Conectó con una amplia capa de votantes urbanos, menores de cuarenta años y con aspiraciones economicas y profesionales que percibían amenazadas si los grandes partidos seguían retardando el relevo generacional y la regeneración de un sistema institucional fatigado.
En unas condiciones bastante más propicias, inducidas por la crisis económica y las quiebras institucionales detonadas por los casos de corrupción, Albert Rivera y Ciudadanos han sabido ocupar y ampliar ese mismo espacio, especialmente hacia el centro derecha. El líder naranja sintonizó con esos votantes populares adultos y urbanos que buscaban una derecha liberal y, sobre todo, libre de corrupción y con los electores socialistas más conservadores y angustiados por el ascenso de Podemos.
SIN CAMBIO DE FÓRMULA
En su momento UPyD no fue capaz de entender que debía cambiar la fórmula del éxito que le había llevado hasta el grupo parlamentario propio. El exceso de liderazgo acabo devorando a la lideresa, hasta convertirla en una parodia, y los dos grandes partidos, organizaciones construidas para sobrevivir a cualquier catástrofe, renovaron lo justo sus caras y discursos para traer de vuelta a casa a sus electores descarriados.
Ciudadanos vive hoy un trance similar. Mientras Mariano Rajoy le torea con los socialistas, Albert Rivera corre el riesgo de acabar parodiado como el amante que reprocha amargamente al querido que no se divorcie para casarse, como le había prometido. Elevar a la efectiva Inés Arrimadas a portavoz nacional parece un intento de evitar la sobreexposición que achicharró a Rosa Díez.
Para recuperar a una militancia desmovilizada y a unos votantes que se borran en las encuestas, Albert Rivera va a necesitar mucho más que este discurso de ejecutivo que promete gestión empresarial para Ciudadanos y tratar a los militantes como clientes. Ellos se apuntaron para un partido con primarias de verdad; para las de cartón piedra y el dedazo ya tienen al PP y al PSOE. Igual que sus electores optaron por Ciudadanos para que su voto resultara decisivo, no para actuar de acompañantes. Entrar o no en los gobiernos que ahora apoyan es el siguiente dilema que deben resolver ante un electorado que exige resultados, no márquetin.
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