Atraídos por el pasado

La captación de jóvenes musulmanes europeos por las redes yihadistas parten de la marginación social y la sensación de una vida sin futuro

Flores en La Rambla en el aniversario de los atentados del 17A

Flores en La Rambla en el aniversario de los atentados del 17A / ALBERT BERTRAN

Albert Garrido

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La captación de jóvenes musulmanes europeos por las redes yihadistas o simplemente por predicadores ágrafos del islam obedece a una concatenación de causas que van de la marginación social a la sensación real o imaginada de una vida sin futuro, de la pulsión antioccidental a la consideración de la acción directa como la vía legitimada por la pretensión de restablecer la justicia de los tiempos del profeta tal cual se desprende de la estricta aplicación del Corán. No hay un solo camino en la forja de los combatientes yihadistas, pero sí hay un objetivo compartido por todos ellos: volver al pasado, a la restitución del califato y a la recuperación de territorios perdidos (Al Ándalus entre ellos).

Los autores que inspiran este fundamentalismo extremo son útiles para presentar la guerra santa de vuelta a los orígenes como la auténtica modernidad. Frente a la modernidad laica, que abandonó la religión como primera –a veces, exclusiva– referencia moral, se erige un nuevo edificio teórico en el que la modernidad se remite a la aplicación estricta del texto sagrado, aquel que confirió a la comunidad musulmana el mayor de sus esplendores. Analistas de orientación muy diversa sostienen que es justamente esta característica tan singular y radical la que atrae las voluntades de la mayoría de los jóvenes terroristas, que se sienten inmersos en un combate de naturaleza revolucionaria contra todo lo establecido, poseídos por un estado moral similar al de combatientes predestinados.

¿Por qué es tan extremadamente difícil detectar a estos yihadistas de última generación, musulmanes desde la cuna o conversos? Porque como parte de su formación de combatientes en la sombra se atienen a la tradición de la taqiya (disimular la creencia religiosa en situaciones de vulnerabilidad o persecución). Los convecinos de la célula de Ripoll coinciden en recordar a sus integrantes como personas con un perfil del todo convencional. El caso no es único: los autores de sangrientos atentados en diferentes lugares de Europa se cobijaron en la taqiya para no llamar la atención. Es más, esa impostación de la personalidad –una forma de clandestinidad–, ingrediente esencial en la instrucción del futuro mujahidín, es en muchos casos un componente especialmente atractivo para jóvenes captados por la causa yihadista.

    Olivier Roy entiende que “los terroristas no son la expresión de una radicalización de la población musulmana, sino reflejo de una revuelta generacional que afecta a una categoría precisa de jóvenes”. ¿Confirma eso la conclusión de Roy de que asistimos a una islamización de la radicalidad más que a una radicalización del islam? ¿Acaso el multiculturalismo sin mestizaje ha favorecido este proceso en jóvenes defraudados por el statu quo social? Todo es posible, incluso la conclusión de Eduardo Lourenço de que la laicidad “no sirve para responder a un desafío basado en la fe”, que es tanto como decir que las sociedades occidentales carecen de herramientas adecuadas para rescatar a los jóvenes yihadistas del desvarío de la guerra santa.