NÓMADAS Y VIAJANTES

El arte de no decidir

RAMÓN LOBO

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El sistema funciona de la siguiente manera, según me contó Joris Voohoeve, que fue ministro de Defensa de Holanda durante la matanza de Srebrenica, en julio de 1995. Cuando estalla una crisis no se toman decisiones hasta que la presión de los medios de comunicación es insoportable. Por lo general, los líderes no saben qué decidir, qué es lo mejor (para ellos), como sucede ahora, en la crisis de los refugiados. El poder, con todos sus resortes, satélites y espías, sabe bastante poco de la realidad a pie de tierra porque tiende a rodearse de una claque de pelotas que solo les cuentan lo que desean escuchar. El motor de la parálisis es el pánico a que un error les pueda apear del Gobierno. Cuando se pierde el poder se produce un ERE político que afecta a miles de personas, sobre todo a asesores.

En el caso de que no mengüe el runrún de los periodistas, al que debemos añadir ahora el muy importante de las redes sociales (que presiona a los medios tradicionales), el manual del buen gobernante aconseja convocar una reunión. Un encuentro que, por aquello del boato y del empaque verbal, debe llamarse cumbre. A la UE se le ha ido esta vez la mano al bautizar la suya con el adjetivo de urgente, algo exagerado si tenemos en cuenta que se celebrará 15 días después de convocarse.

Si durante la cumbre, el asunto no se calma, y en el drama de los refugiados no tiene pinta de que vaya a amainar, los líderes que siguen el manual de instrucciones del líder perfecto (inútil), emiten un comunicado. A los periodistas nos encantan los comunicados: ocupan espacio, se pueden cortar y pegar sin esfuerzo, parecen importantes; dan lustre a las primeras páginas y a los informativos.

El mejor comunicado es el que no se compromete a nada: vaguedades, lugares comunes, frases hechas y una pizca de emoción, para que parezca que el poder tiene sentimientos, que se emociona con las muertes de niños como Aylan, pese a que el año pasado no se emocionara en absoluto con los niños muertos en Gaza, ni con los miles de niños que mueren cada día de hambre o por enfermedades relacionadas con un agua insalubre. Los niños sin imagen son menos niños; los niños de los malos son de segunda categoría.

Es posible que tras la publicación del comunicado, los periodistas, los tuiteros y las oenegés, todo ese batiburrillo que llaman opinión pública, siga molesto por la inacción de los líderes, incluso que alguno les denuncie por tibios e incapaces. Si esto sucediera, entonces, según Voohoeve, los líderes toman una «decisión falsa».

Las decisiones falsas son aquellas en las que, a diferencia de los comunicados, los líderes se mojan bastante; adoptan medidas que parecen concretas. En el caso de los refugiados puede que acuerden revisar el sistema de cuotas que no funciona debido a la insolidaridad entre los países miembros de la UE, o que dicten medidas contra las mafias, pese a que el problema no son solo los barcos pirata, sino toda la red interior. Puede que se comprometan a acabar con la guerra de Siria en unos meses, o que convoquen una conferencia (lo más en cumbres). Es posible que prometan mejorar las condiciones de vida de los refugiados en Líbano, Jordania y Turquía (para que se queden ahí), o unificar de una vez las leyes de asilo dentro de la UE.

Decisiones falsas

La historia de las relaciones internacionales está llena de decisiones falsas. En la lista de las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU hay unas cuantas; todas las que se refieren a Israel. En la guerra de Bosnia destaca aquella que daba protección a cinco enclaves, entre ellos Sarajevo. Ya sabemos cómo acabó uno de ellos: Srebrenica, que en julio cumplió 20 años de la matanza.

Una decisión falsa no lo es por su contenido, a menudo impecable, sino porque no existe capacidad militar ni voluntad política para aplicarla. Otro ejemplo son los Acuerdos de Dayton. Pusieron fin en diciembre de 1995 a la guerra en Bosnia con medidas concretas (no aplicadas) para una reconciliación inexistente. Nada esencial ha cambiado: más que paz hay cansancio de guerra y de crisis constante, un cansancio de ser bosnio.

El objetivo de las personas sin confianza en su país es buscar una vida mejor. Es un derecho humano básico: poder soñar. Contra el ansia de supervivencia no sirven los muros, las vallas y los líderes torpes y cobardes. Solo funciona la solidaridad y la política inteligente. Ya tenemos lo primero; falta lo segundo.