El desarme atómico

Armas nucleares: ¿el principio del fin?

El liderazgo de la sociedad civil en pro de la abolición desembocará más pronto que tarde en éxito

JORDI ARMADANS

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«Mírenme. ¿Encima tengo que oír que esto mi país lo hizo por mi seguridad?». La frágil voz de una mujer estadounidense mayor de edad pero pequeña de estatura y en silla de ruedas conmocionó a la sala. Michelle Thomas es una víctima, entre muchas, de las armas nucleares. En su caso, de las pruebas que hizo su Gobierno en los años 50. Thomas hablaba en Viena, hace medio año, en una conferencia sobre los impactos humanos de las armas nucleares.

El pasado 22 de mayo, en la sede de las Naciones Unidas, tras cuatro semanas de deliberaciones y cinco años de reuniones preparatorias, los estados miembros del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) no se pusieron de acuerdo para aprobar un documento final. Formalmente, la oposición de EEUU, Gran Bretaña y Canadá a la convocatoria de una conferencia internacional para un Oriente Próximo sin armas nucleares supuso el freno a la adopción del texto. Pero también es cierto que las potencias nucleares no tenían interés en dejar Nueva York con un compromiso para avanzar hacia el desarme nuclear.

Vayamos por partes: el TNP, en plena guerra fría, puso sobre la mesa la necesidad de evitar la proliferación nuclear. En este sentido, podemos decir que el TNP ha tenido un relativo éxito: a excepción de Pakistán, la India, Corea del Norte e Israel, los restantes estados se han mantenido al margen de la carrera nuclear. Pero el TNP también establecía que los estados nucleares debían avanzar hacia su desarme. No solo impedir que otros entrasen en el club nuclear, sino conseguir que en él no quedara nadie. Y después de 45 años, esto no ha sido así. En la práctica, el TNP es un tratado controlado a placer por las cinco potencias nucleares que disponen de un estatus diferenciado.

No es, de hecho, la primera vez que una conferencia de revisión del TNP (que se hace cada cinco años) termina sin acuerdo. Pero lo podemos decir: es la última vez que esto pasará. Porque ahora, ante esta nueva frustración, el movimiento no se detendrá. Y es que, lentamente, las cosas están cambiando. Tradicionalmente, los acuerdos internacionales se tomaban cuándo, cómo y con el contenido que las grandes potencias querían. Pero en los últimos 20 años hemos visto que una nueva conciencia global, el empuje de la sociedad civil organizada y un rol más activo de algunos estados han hecho nacer nuevos tratados que no contaban con el beneplácito de las potencias.

A raíz de los éxitos de conseguir el tratado contra las minas (en 1999) y el tratado contra las bombas de racimo (en el 2008) nació la campaña ICAN (Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares), para impulsar la prohibición efectiva de la última arma de destrucción masiva aún no erradicada. Gracias a este trabajo, a partir del 2013 el Gobierno de Austria y otros países han estado promoviendo espacios diplomáticos para recuperar el olvidado tema de las armas nucleares.

Parece una cosa del pasado, ¿verdad? Pues actualmente, y a pesar de los acuerdos de desarme pactados desde el fin de la guerra fría, en el mundo hay 16.000 armas nucleares. Todos los estudios apuntan a que cualquier estallido de una bomba nuclear media, no ya por voluntad sino por accidente o error humano, podría generar una auténtica crisis humanitaria. Sin olvidar, además, el enorme gasto económico que supone el mantenimiento de estos arsenales nucleares: más de 100.000 millones de dólares anuales.

Todo Gobierno responsable debería, en términos de proteger a su población, trabajar para desterrar el peligro de una crisis nuclear. Desgraciadamente, las cinco potencias nucleares (EEUU, Rusia, China, Gran Bretaña y Francia), pese a su teórica diversidad ideológica, comparten un suicida planteamiento primario: somos potencia nuclear y no queremos renunciar.

Pero a diferencia de antes, ahora las grandes potencias no tienen la última palabra. El proceso diplomático tímidamente iniciado en el 2013 ha avanzado con fuerza. En Nueva York, 107 países se adhirieron al Compromiso humanitario, el movimiento de estados que plantea que el mundo debe avanzar en serio, con compromisos y pasos concretos, hacia el fin de las armas nucleares. Lo que parecía impensable, que el liderazgo por la abolición de las armas nucleares fuera impulsado por la sociedad civil y los estados no nucleares, comienza a producirse. Por eso podemos decir que este reciente fracaso será el último. Muy probablemente, todo el movimiento civil y diplomático por el Compromiso humanitario acabará generando un proceso de adopción formal de un tratado de prohibición completa de las armas nucleares. No sabemos si será posible conseguirlo, pero lo que es seguro es que, más pronto que tarde, veremos cómo se inicia una nueva oportunidad para poner fin a las armas nucleares. 

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