Saturación

Armas de distracción masiva

No dudo de que existen individuos capaces de cultivar una relación sana y provechosa con las redes, pero sospecho que abundan los enfermos, como yo mismo, que he hecho fortuna en esto durante años

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Juan Soto Ivars

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Va un vaticinio: "Cómo dejar las redes sociales" será uno de los temas centrales de la salud pública en los próximos años. La perniciosa influencia de las redes sobre la prensa, la política y las relaciones humanas ya copa hoy los carteles de congresos y conferencias. Si un joven quiere forrarse y ayudar a mejorar el mundo, le recomiendo que estudie psicología, investigue qué nos pasa en las redes, busque formas de luchar contra la adicción y monte una clínica pequeña. En poco tiempo tendrá un método patentado y un sinfín de clínicas franquiciadas por todas partes. El mercado está ahí, repleto de pacientes que notan esa inquietud y esa insatisfacción negras cuando le dan las tantas de la noche con el móvil en la mano.

No dudo de que existen individuos capaces de cultivar una relación sana y provechosa con las redes, pero sospecho que abundan los enfermos, como yo mismo, que he hecho fortuna en esto durante años. De las redes he sacado material para el ensayo y una modesta carrera como escritor y comentarista. Allí me di a conocer, de ellas saqué el beneficio escurridizo que la ausencia de amigos de mis padres había reservado para gente con más enchufes. Las redes me pusieron el café Gijón y la redacción en el bolsillo. Me dieron a conocer cuando no me conocía nadie. La sobredosis tuvo premio, pero seguía siendo sobredosis.

Desafío a los usuarios habituales de las redes a que me digan que no leen menos libros, que no les cuesta más concentrarse, que no sienten que abusan demasiadas veces. Cada mañana, con el café, abro Twitter y Facebook para ver qué tal empieza el día en las trincheras. Antes de ponerme a trabajar tengo la cabeza como un bombo, y a lo largo del día picoteo en intervalos cada vez más cortos y cuando termino el curro echo otro vistazo a ver lo que se cuece. Me enzarzo en odiosas peleas rodeado de gente que se saca los ojos por todas partes. Y ni siquiera sabemos qué pagamos por el próximo chute de dopamina.