Arafat, Rabin y el polonio

RAMÓN LOBO

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Después de todo, era verdad: Yaser Arafat fue envenenado. Por fin se confirma una teoría de la conspiración en Oriente Próximo, la zona del mundo que fabrica más paranoia política por minuto. Un informe forense suizo sostiene que el cuerpo de Arafat tenía 18 veces más polonio de lo normal y que se puede afirmar, con un 83% de probabilidades, que fue envenenado. Visto con perspectiva, parece lógico. Asesinado Isaac Rabin, el único primer ministro israelí con agallas para firmar la paz y reconocer al otro, a los palestinos, Israel regresó al mundo anterior a los Acuerdos de Oslo, a la guerra soterrada y no tan soterrada. Lo que se vendió como esperanza de paz se transformó en error y Arafat regresó al papel de enemigo.

En los foros internacionales, Israel aceptaba la solución de los dos Estados, incluso firmó nuevos acuerdos como el célebre de Annapolis (EEUU), que algunos analistas ingenuos calificaron como el mayor paso para la paz. Oriente Próximo es como los Balcanes: el pesimismo es la garantía para no equivocarse. Israel mantenía la imagen negociadora mientras desactivaba los acuerdos y seguía con su política de construcción de colonias en un territorio que las resoluciones de las Naciones Unidas certifican como palestino. Mientras que a unos se las imponen a sangre y fuego -caso de Irak- a Israel se le da bula eterna.

Para EEUU es su único aliado en una zona convulsa y rica, su portaviones militar, aunque desde el 11-S se ha producido un fenómeno nuevo: la israelización de la política exterior de EEUU (Guantánamo, drones). Europa calla y paga obras palestinas que destruyen los misiles made in USA de Israel, algo que podríamos calificar con cierto cinismo de equilibrio comercial. La actitud de la UE es producto de la mala conciencia, por su pasividad en el Holocausto, cuando no la activa participación de amplios sectores de la población, como en el caso de Francia.

Cuatro actores

En la demolición de los acuerdos de paz hubo cuatro actores: los laboristas Ehud Barak y Simon Peres, y los conservadores Ariel Sharon y Binyamin Netanyahu. De los cuatro, Sharon era el único con auctoritas para firmar una paz verdadera. Se retiró de Gaza entre una escandalera y entró en coma por causas naturales. Sin él todo quedó en manos del histrionismo de Netanyahu, un personaje más peligroso que Irán, según el analista israelí Gideon Levy.

Arafat fue un pésimo gestor, un corrupto rodeado de corruptos. También fue un gran líder guerrillero: dotó a los palestinos de una conciencia, una identidad y un cierto orgullo militar. Hubo excesos: terrorismo, atentados inaceptables que no beneficiaron a la causa. Enfrente, un enemigo muy superior en armas, amigos y servicios de espionaje que tampoco tenía los derechos humanos en el frontispicio de sus acciones. Dos de sus primeros ministros, Menajem Beguin e Isaac Shamir, tuvieron un pasado similar al de Arafat, en el que su lucha por la libertad lindaba con el terrorismo. La diferencia depende de la victoria: el vencedor no solo escribe la Historia, también escoge los adjetivos, los eufemismos.

Mal negocio

Tras el Septiembre Negro de Jordania, la invasión de Líbano de 1982 y el exilio en Túnez, Arafat logró recorrer el camino entre el paria internacional y el hombre de Estado, el arquitecto de la paz. No fue el primero, le antecedieron Henry KissingerSlobodan MilosevicFranjo Tudjman y tantos otros. El Arafat estadista resultó un mal negocio para su pueblo, pero al menos mantenía la llama de la resistencia, daba visibilidad a la injusticia territorial. Con él vivo, estaban vivos Rabin y Oslo.

El 11-S estalló en las Torres Gemelas de Nueva York y Arafat, tantas veces lince, no supo ver que ese atentado modificaba las reglas conocidas. Tampoco lo vieron Hamás y la Yihad Islámica, que seguían con orejeras. Sharon fue el más listo de la clase: aprovechó el 11-S para arrancar a Arafat de la lista del Nobel de la Paz y meterlo en las de Al Qaeda. La CNN aireó una manifestación (pequeña) de palestinos que celebraban los atentados. Fue la puntilla. Se esfumó la simpatía, regresaron los prejuicios, los atentados.

Desde la muerte de Arafat, la Autoridad Nacional Palestina (ANP) no es nada, un simple escaparate con un inepto al frente que hace el juego a sus enemigos. Hamás vive encerrada en el campo de concentración de Gaza, casi sin aliados. Rompió con Hezbolá e Irán por la guerra de Siria, se quedó sin los Hermanos Musulmanes en Egipto. Los palestinos sin Arafat no tienen líder, una referencia, son como los saharauis, los grandes olvidados. Y todo con un poco de polonio y la complicidad de EEUU, y la de Europa, otra vez silente ante una nueva injusticia.