Arabistas españoles

A 31 de diciembre vivían en España legalmente, con todos sus papeles en regla, 770.735 personas de Marruecos. Solo supera a este colectivo el de rumanos, 953.183. Chinos o ecuatorianos, que nos parecen tantos, no llegan a los 200.000, respectivamente. Los marroquís son, después de los portugueses, los inmigrantes más antiguos. Cuando aquí no venía nadie, venían ellos. Están distribuidos por todo el territorio, pero esa antigüedad no supone ni mejores condiciones, ni mayor inserción. Son una comunidad pacífica, invisible. Salvo cuando vienen mal dadas, es decir, cuando hay un atentado y crece la alerta sobre los islamistas radicales. Entonces sí reparamos en nuestros huéspedes y vecinos, en los pañuelos de las mujeres y en las chilabas de los hombres.

Si a los marroquís sumamos los inmigrantes del África subsahariana, todavía se incrementa más el número de practicantes del islam que residen en España. Son miles de personas, muy heterogéneas. Hay autónomos, pequeños empresarios, unos vienen a trabajar en el campo, otros a cursar estudios universitarios. Los hay incluso de segunda o tercera generación.

El viernes estuve con algunos. Participé en la ceremonia de graduación de la Facultad de Filología de la Universidad Complutense. Fue emocionante ser testigo de ese rito de paso de la educación al mundo profesional. Cuatro jóvenes se graduaban en Estudios Semíticos e Islámicos, tres de ellos tienen nombres inequívocamente árabes. No tuvimos oportunidad de charlar, pero me hubiera gustado, sobre todo cuando luego supe de los terribles atentados de aquel día. ¿Cómo les afectarán a ellos? ¿Les recibirán peor cuando a partir de hoy con sus flamantes diplomas busquen empleo? Justamente más expertos como ellos es lo que necesitamos. Chicos y chicas que hayan elegido continuar la larga tradición de los arabistas españoles. Son mil millones de musulmanes en el mundo, 300 millones de personas que hablan árabe. Solo un puñado de asesinos ponen las bombas.