El fallo como herramienta de trabajo

Aprender de los errores

Admitir las necesarias equivocaciones en el aprendizaje y corregirlas se han convertido en algunos ámbitos de la vida en actividades sobrehumanas

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Rosa Ribas

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Durante muchos años los errores fueron unos de mis instrumentos de trabajo preferidos. Dediqué muchos años a la enseñanza de la lengua y también a la investigación didáctica. Uno de los puntos centrales de mis trabajos fue precisamente el error y su enorme utilidad (sí, utilidad) en el aprendizaje.

Cualquiera que haya estudiado una lengua extranjera sabe que al hablarla, al escribirla, también al escucharla, se cometen numerosos errores. Es así y tiene que ser así. Tal vez no sea justo, pero es necesario. Los errores son necesarios. Esto era algo que trataba de transmitirles a mis alumnos para quitarles el miedo a equivocarse, la principal causa de inhibición al aprender algo nuevo, pues a la mayoría nos afecta el miedo al ridículo, a la mala imagen que los demás puedan tener de nosotros ante nuestra torpeza inicial en cualquier disciplina.

El cérebro, una máquina de aprender

Cuando aprendemos una lengua nueva la vamos construyendo poco a poco. Al principio es algo muy fragmentario, hecho de piezas que vamos encajando para construir ese sistema complejo y rico que es cualquier lengua. Como nuestro cerebro es una máquina de aprender, tomamos elementos de todas partes: reglas que aprendemos cognitivamente, sonidos, imágenes, otras lenguas que hayamos aprendido… con los que desarrollamos lo que sería una especie de prototipo, una hipótesis, que esperamos que se parezca lo más posible a la lengua que queremos hablar. Lanzamos estas hipótesis y unas veces están bien, otras cojean un poco y otras resultan por completo erróneas. Lo notamos o nos lo dicen, y buscamos cómo corregirlas. Así mejoramos.

Para que los errores sean útiles, hay que ser conscientes de haberlos cometido y corregirlos, para que no se fosilicen y sean un lastre

Para aprender de los errores es necesario –aunque suene obvio, vale la pena repetirlo– cometerlos. Querer evitarlos a toda costa nos lleva a la inacción y al aprendizaje cero. Tampoco sirve en muchos casos, que te prevengan; cada uno tiene que cometer sus propios errores. Durante mis años en la docencia observé que en determinadas fases del aprendizaje los alumnos tienen que cometer determinados errores y es importante que así sea, que era absurdo tratar de evitar que sucedieran. Cuando ya llevaba unos cuantos años dando clases, conocía los errores que iban a cometer en fases concretas de su aprendizaje. Por eso pensé que sería una buena idea, que quizá adelantábamos más, si evitaba que los cometieran. Había observado, por ejemplo, que al aprender los participio del pasado (cantado, bebido, leído), siempre había alumnos que, por una razón que no me podía explicar, construían mal el participio del verbo 'tomar' y decían 'tomido' en vez de 'tomado'; de modo, que no se me ocurrió nada mejor que introducir una advertencia al explicar el tema, algo del estilo: "Tened presente que el participio del verbo 'tomar' no es 'tomido'. El resultado fue glorioso, ya que casi toda la clase cometió el error. Allí me di cuenta de que la corrección no puede ser profiláctica, que hay que dejar que se cometan y corregirlos después, cuando esa corrección es verdaderamente relevante.

Dediqué mucho tiempo al estudio de los errores en el aprendizaje de las lenguas y a su corrección. Para mí era importante mostrar a los alumnos que los errores no son el enemigo, sino aliados para mejorar. Algo que también teníamos que interiorizar los profesores para convertirlos en instrumentos de aprendizaje. Se trataba de entender el error mucho más allá de la enseñanza de idiomas como un mecanismo fundamental del aprendizaje humano. No solo al aprender lenguas funcionamos a partir de hipótesis que ponemos a prueba. En realidad todo lo que aprendemos y aprehendemos funciona de un modo similar: probamos, observamos el resultado, reformulamos y recapitulamos si no ha funcionado, o nos sentimos confirmados si salió bien. Prueba y error.

Aprender de los errores, sí, pero para ello es necesario que sucedan dos cosas. La primera, es que se sea consciente de haberlos cometido. La segunda, es que se corrijan. De lo contrario, los errores se fosilizan y se convierten en un pesado lastre.

Esto, que sirve para aprender idiomas, es extrapolable a todos los ámbitos de la vida, ya se trate de hábitosrelacionespolítica. En el fondo, no se trata de nada nuevo, todos conocemos la expresión 'de los errores se aprende' y la percibimos como un tópico. Sin embargo, parece que reconocer los errores y corregirlos en algunos ámbitos se hayan convertido en actividades sobrehumanas. Sin embargo, vale la pena pensar que quizá dé algo de vergüenza haber dicho 'tomido', pero que es mucho más bochornoso seguir diciéndolo cuando sabes que está mal.

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