Una cultura y un país atípicos

La anomalía catalana

El momento que vive la Catalunya moderna desafía cualquier previsión convencional

RAMON FOLCH

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Jimmy Waless y Larry Sanger crearon la Wikipedia en enero del 2001. El éxito fue inmediato. Hoy hay versiones en 236 idiomas, el principal de los cuales es el inglés (5 millones de artículos). Tal predominancia era previsible. No lo era, en cambio, que la segunda versión en aparecer fuera la Viquipèdia, o sea la edición catalana, iniciada en marzo del 2001, solo dos meses después de la inglesa. La Viquipèdia tiene ahora 482.000 entradas y es la 17ª en importancia en el conjunto de las 236 existentes. Sorprendente.

Sorprendente porque solo unos 10 millones de personas entienden el catalán y apenas 7 millones saben hablarlo, un humano de cada setecientos. La lengua catalana ocupa la 88ª posición mundial por número de hablantes. ¿Cómo puede ser la 17ª 'lengua Wiki' en número de artículos? La anomalía se repite al considerar la trayectoria editorial del catalán. La Col·lecció Bernat Metge, iniciada en 1922, ha publicado en catalán más de 400 títulos de la gran mayoría de autores clásicos griegos y latinos, hito solo superado, a nivel mundial, por la Collection des Universités de France (colección Guillaume Budé, en francés) y por la Loeb Classical Library (en inglés). De la Gran Enciclopèdia Catalana se vendieron más de 200.000 ejemplares, es decir uno por cada 14 hogares de los Països Catalans, una enormidad dados sus 24 volúmenes y el alto coste de cada colección. El catalán es una lengua de cultura de primer nivel, tanto humanístico como tecnocientífico, pero no es oficial en la UE. Ni tampoco en España ni en Francia, los dos estados donde principalmente se habla, amén de Andorra. Otra sorprendente anomalía. No es esperable tanta solidez en una lengua minoritaria, cuyos parlantes, además, son bilingües (en castellano o en francés, grandes lenguas culturales y vehiculares), ni tampoco es esperable tanta preterición oficial, cuando no persecución. Anomalía por partida doble, pues.

PRIMEROS EN ADOPCIONES

Otros componentes sociales o económicos de la realidad catalana son igualmente anómalos. Con 7,5 millones de habitantes, Catalunya representa el 1‰ de la población mundial, pero su PIB (240.000 millones de dólares) equivale al un 3‰ del PIB mundial, el triple de lo esperable en términos de media. Antes de la crisis, Catalunya adoptaba al año unas 1.400 criaturas extranjeras, una por cada 5.000 habitantes. La proporción más elevada del mundo. Este dato, sobre desmentir el infundio de país cerrado y endogámico, es otro parámetro que se aleja de la media. Por no hablar de la inmigración: el 40% de los catalanes no han nacido en Catalunya o son hijos de inmigrantes. La lista se podría alargar 'ad nauseam'. Por ello tiene sentido hablar de anomalía catalana.

Demográficamente débil desde siempre, militarmente derrotada en 1714, políticamente aniquilada en 1716 con el Decreto de Nueva Planta, sin apenas recursos naturales y con el comercio con América oficialmente prohibido hasta 1778, Catalunya debería haberse desvanecido a lo largo del siglo XVIII. La lengua catalana, desterrada de la Administración y de la alta cultura, debería haberse convertido en una habla coloquial irrelevante («muerta para la república de las letras», dijo el ilustrado Antoni de Capmany). Es una imponente anomalía que nada de ello haya ocurrido. Catalunya es una contrariación entrópica. El proceso soberanista actual, también. No era previsible un movimiento semejante ya bien entrado el siglo XXI. O quizá sí: la acumulación de anomalías hace esperable lo imprevisible. Desde 1922, podemos leer a Lucrecio en un catalán moderno y preciso, pero no podemos emplearlo en las Cortes, el Senado o el Parlamento europeo. Catalunya genera el 3‰ del PIB mundial, pero no controla los impuestos que en ella recauda España, ni puede hacer frente cómodamente al gasto público que genera. ¿A quién puede sorprender el auge soberanista? La anomalía independentista es la comprensible forma de hacer frente a muchas anormalidades previas.

La voluntad y el imaginario colectivo, como el amor, no resultan de ningún cálculo aritmético. Son el más robusto de los vectores sociológicos. Y, por tanto, la mayor de las fuerzas económicas. Por dimensión, demografía y falta de poder político tras sucesivas derrotas militares, Catalunya no debería pasar de topónimo amortizado. Por el contrario, encabeza procesos, participa con éxito en ránkings mundiales y aspira a un lugar en el concierto de las naciones independientes, aunque solo sea para acabar fundiéndose soberanamente en las próximas décadas en instancias europeas de orden superior, según aconsejan los tiempos. Es difícil imaginar una situación más anómala. Ni más apasionante. Los tropiezos argonáuticos en curso se empequeñecen ante la fascinante grandeza del reto.