La situación azulgrana

La anomalía de la acefalia en Can Barça

Las ruedas deportiva, económica e institucional del club deben volver a girar sincronizadamente cuanto antes

ENRIC MARÍN

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El momento que vive el Barça es muy paradójico. Los últimos diez años son los más brillantes de la historia del primer equipo. Los datos son elocuentes: tres Champions, dos Copas del Mundo de Clubs, dos Supercopas de Europa, seis Ligas, dos Copas del Rey, seis Supercopas de España y dos Copas de Catalunya. Con inevitables altibajos, estos años el Barça ha sido el equipo de referencia en Europa y en el mundo. Pasada la fuerte sacudida emocional por la enfermedad y muerte de Tito Vilanovaeste año el equipo ha reencontrado las buenas sensaciones. Vuelve a ser poderoso, elegante y ambicioso. Luis Enrique va tomando la medida a un cargo dificilísimo en un momento muy complicado. De la portería a la delantera, se han renovado piezas importantes, con resultados muy satisfactorios. Neymar ya ha completado su adaptación, y Messi vuelve a ser el mejor jugador del mundo. Estamos en marzo y el equipo está vivo en todas las competiciones, con buenas opciones para conseguir títulos.

Pero este momento deportivo dulce convive con una situación institucional manifiestamente precaria, con el club atravesado por conflictos legales y fiscales, y con una presidencia provisional. La directiva, dividida, figura, pero ya no lidera. En estas condiciones, los éxitos deportivos solo llegarán si técnicos y jugadores son capaces de abstraerse de las turbulencias institucionales para centrarse por entero en su trabajo. Creo que pueden hacerlo.

Visto con perspectiva, cuesta entender cómo se ha podido llegar a esta situación. En el 2003 la situación era crítica, pero la junta directiva liderada por Laporta supo enderezar la dramática situación económica, impulsar el proyecto deportivo y recuperar y actualizar los valores cívicos del club. La apuesta renovada por un estilo de juego elegante, la afirmación de un catalanismo cosmopolita, la tolerancia cero con los violentos o el acuerdo con Unicef fueron algunos de los hitos más significativos de la redefinición cívica y simbólica del Barça en la era de las marcas globales.

Como es sabido, la desmesura del personaje Laporta acabó devorando las virtudes del dirigente deportivo, pero dejó en legado a Pep Guardiola, la figura que mejor ha encarnado esta nueva identidad del Barça. Guardiola supo hacer crecer aún más a Messi y consiguió un número de títulos de récord. Por eso, cuando en el 2010 Rosell llegó a la presidencia, coincidiendo con el momento más dulce de Guardiola, el reto era bastante evidente: trabajar por la unidad del barcelonismo y consolidar y hacer evolucionar los cambios iniciados en el 2003 en los ámbitos deportivo, económico e institucional. Incomprensiblemente, cinco años más tarde Rosell ya no está y el barcelonismo está dividido. Hacer aquí el inventario de los errores de estos años no tendría sentido. El error básico fue de perspectiva y ya no tiene marcha atrás. Se hizo una lectura equivocada de la situación y se actuó de forma reactiva y desde una actitud de revanchismo inútil y absurda. El resultado está a la vista. Aunque también es verdad que el fichaje de Neymar, a pesar de la chapuza legal y fiscal, ha sido un acierto que puede reforzar la continuidad de un proyecto deportivo ganador.

Sea como fuere, la provisionalidad y la falta de liderazgo corporativo identifican una situación de acefalia institucional que hace imprescindible la convocatoria electoral de este verano. Como ya he apuntado, la dinámica positiva del ámbito deportivo hace pensar que los títulos están al alcance, pero las ruedas de la gestión deportiva, económica e institucional deben volver a girar de forma sincronizada lo antes posible. ¿De qué manera? Hemos vuelto al punto de salida y ahora, como hace cinco años, el reto vuelve a ser recoser la unidad del barcelonismo y potenciar y actualizar el círculo virtuoso iniciado en el 2003.

Las condiciones para ello existen. En primer lugar, el Barça tiene una plantilla con un talento extraordinario, liderada por un jugador único. Tras diez años coleccionando éxitos, Messi aún es un jugador joven con una capacidad sorprendente de evolucionar y reinventarse. Un jugador ya solo comparable a los tres más grandes: Cruyff, Pelé y Di Stéfano. En segundo lugar, la situación patrimonial del club es razonablemente sólida y la marca global Barça tiene un recorrido de explotación comercial muy importante. Y en tercer lugar, el Barça está muy bien posicionado para acabar de definir una fuerte identidad corporativa de vocación global basada en valores cívicos y democráticos de significación universal. El latido popular que hay detrás de lemas como Esport i ciutadania o Més que un club es lo que históricamente ha dado sentido al Barça. Antes, el equipo de una ciudad y de un país; hoy, un sentimiento con denominación de origen catalán compartido por cientos de millones de simpatizantes en el mundo.