El cuerno del cruasán

Al anochecer suena el teléfono

JORDI Puntí

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Muchos días, al anochecer, recibo una llamada de un desconocido. Telefonea desde un destino lejano, en Suramérica, y habla con mucha energía. Aunque cada vez es una persona diferente, el desconocido suele ser educado. Cuando descuelgo, la voz pregunta por el «señor don Jordi Puntí», así, en castellano. Si le digo que soy yo, entonces me dice su nombre y apellido --que parecen cono de protagonista de telenovela venezolana-- y a continuación me propone alguna oferta que no podré rechazar. Seguro que todos las conocen: son las increíbles tarifas de

Jazztel, de Orange, de Movistar, de Yapuntocom. La mayoría, cuando recibe este tipo de llamadas, las ventila de mala manera y con cuatro gritos. Yo no. Yo, aunque no tengo ninguna intención de cambiar de compañía, prefiero seguirles el juego. Así, pienso, doy sentido a la vida laboral de este ser. Ya hace algunos meses que atiendo estas llamadas indeseadas. Veo que en la pantalla del teléfono pone «número desconocido» y me apresto a responder.

Se puede decir que he hecho todos los papeles del auca. A veces respondo como si fuera un ignorante a quien hay que repetirle las cosas cinco veces. A veces doy la vuelta a la situación, soy yo el que pregunta y el desconocido me cuenta qué tiempo hace en Tegucigalpa, Medellín, Lima. A veces me río, como un simpático que se hace pesado, y otras me quejo como un llorón. Tengo que decir que el desconocido nunca pierde los papeles e, incansable, intenta colocarme la oferta de telefonía.

Hace unos días me cansé de esa comedia. Todos tenemos un límite. El desconocido llamó a medianoche para ofrecerme no sé qué de Jazztel. Yo le pedí que no llamara nunca más. «¿Qué horas son allí?», preguntó, y reconoció que quizá era un poco tarde. Pero no me hicieron caso y al día siguiente otro de su calaña volvió a llamar. Cansado, contacté con mi compañía para que borraran el número de la guía. Yo también deseo ser un desconocido. Tras un laberinto de opciones y preguntas, un hombre con la misma voz enérgica que los otros --un aliado suyo, probablemente-- me informó de que no sería fácil. Me costaría 6 euros de entrada y luego un euro y medio al mes. Colgué sin saber qué hacer. Ahora no sé si pagar para que mis datos no sean públicos y me dejen en paz, o esperar la llamada de un desconocido esta noche y darle charla: preguntarle cuántos años tiene, si también le da rabia Mourinho, si sabe qué quiere decir el adjetivo kafkiano.