Balance en tiempos de crisis

Un año para olvidar

Lo mejor que podemos decir al despedir el 2010 es que las cosas no han empeorado mucho

XAVIER Bru de Sala

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Ya se sabe que las buenas noticias no son noticia. Aun así, los repasos de fin de año suelen fijarse en los elementos positivos, más que nada para infundir perspectivas favorables al año que está a punto de nacer y que no tiene culpa de nada, el pobre. A pesar de que este sábado habremos dejado atrás el 2010 y que emprendo la escritura con la mejor disposición, tengo que empezar con una triste confesión: espero ser corregido, pero hace días que le doy vueltas y no consigo alargar nada la lista de las cosas buenas que han pasado en el mundo. Ni en el orden político, ni en el geopolítico, ni en el económico, ni en el medioambiental. Para tener un buen recuerdo colectivo del año que hoy despedimos, tendremos que refugiarnos en el fútbol, en algunos espectáculos y productos del espíritu humano, la ciencia y poco más. Ni la solidaridad, tan apreciada y practicada en Catalunya, ha salido muy bien parada, a pesar del éxito de La Marató de TV-3.

Se ha extendido bastante, sin abandonar el plato bueno de la balanza, la conciencia de que una parte de los negocios son ilegítimos, principalmente entre los que se realizan con el capital financiero, tan ávido de obtener beneficios con el trabajo de los demás. Ilegítimos, pero no ilegales (solo faltaría, en un sistema donde el capital dicta la ley).Ni siquiera han sido capaces los dirigentes mundiales de encontrar una forma de repartir con el mundo financiero los costes de la salida de la crisis. Ellos siempre ganan. Los demás, a trabajar más durante más años, ganar menos y pagar las facturas que suben de forma escandalosa. Ni una triste tasa al capital más especulativo.

Por otro lado, los que tenían esperanzas en la capacidad de Obama para orientar algunos temas de forma menos desagradable e inhumana, tanto dentro del primer país como en la escena mundial, observan con tristeza, pero ya no con estupor, cómo ha sido desactivado por las eternas fuerzas del bien, entendido a la manera profunda de la América profunda. A ver hasta cuándo resistirán las buenas intenciones, ahora que ya no se pueden traducir en hechos.

Volvemos a cambiar de plato. Es cierto, que la ciencia y la tecnología avanzan, sordas a las sombras del entorno. Incluso contra la profecía casi mayoritaria entre los propios científicos, según la cual ya quedaba poco por descubrir. Como aquí el balance no se puede hacer por años, habrá que anotar la percepción unánime de que la primera del tercer milenio ha sido una década prodigiosa. Sobre todo en nuevos materiales. Todavía más en salud y biomedicina. Y, si no, miren los móviles, los ordenadores y el porcentaje de muertos por cáncer de hace 10 años.

En contrapartida, las amenazas del bioterrorismo y el ciberterrorismo son más presentes que nunca. Occidente, la civilización actual con todas sus variantes y contradicciones, la humanidad entera e incluso el planeta son cada vez más vulnerables. Los partidarios de que llegue el apocalipsis empiezan a tener la destrucción al alcance de la mano que teclea. Se trata de un peligro poco conocido, pero muy real, aunque, como los simples mortales no podemos hacer nada, más vale no pensar demasiado en ello.

Volvemos a cambiar de plato. Los países emergentes se consolidan, de forma que la crisis global tan solo disminuye el ritmo del crecimiento, que sigue siendo envidiable. Centenares de millones de personas han ido saliendo de la miseria y cuentan con perspectivas de mejora. Esto, al menos, no lo ha estropeado la crisis.

Si nos quedamos en casa, nos tendremos que fijar en dos cosas. Los deportes, con los éxitos del Barça, que han propiciado el título mundial para España. Y la política. Ha acabado un ciclo y comenzamos otro. Artur Mas ha empezado con buena nota, que ya es mucho en las presentes circunstancias. Como que todos somos humanos, algún error cometerá, y más de uno incluso, pero, como dicen los físicos, las condiciones iniciales marcan todos los procesos y en buena medida determinan su evolución futura.

Lo mejor que podemos decir al despedir este año es que las cosas no han empeorado mucho. En aquello que iba mal, el mundo sigue yendo mal, pero por fortuna no nos hemos adentrado por el pedregal. Ya sabemos que todo lo que va mal es susceptible de empeorar, aunque vaya fatal, y a menudo por el hecho de ir fatal. También sabemos que los círculos virtuosos cuesta mucho ponerlos en marcha y nada estropearlos. Que según el dicho popular -y si no lo es tendría que serlo—, todo lo que sube baja, pero no todo lo que baja vuelve a subir. Pero quizá es mejor, en un punto de equilibrio, que tengamos presente al viejo Montaigne y recordemos que, a pesar de todo, la vida es ondulante. Que, cuando menos en economía, esta es la única verdad comprobada. Los ciclos se suceden. Y si en algunos aspectos ya hemos tocado fondo y en otros falta poco, lo más probable es que empecemos pronto a remontar. Aunque sea obligatorio el balance del año que se acaba, lo hecho ya, mejor olvidarlo. Dejemos de mirar atrás y miremos hacia delante y hacia arriba. ¡Feliz 2011! Escritor.